La modernidad líquida: ‘Al filo de lo imposible’
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La banalidad y el consumismo de las personas que afecta el medio ambiente
Según Zygmunt Bauman a las personas modernas les encanta el movimiento, el flujo y la búsqueda de nuevas experiencias, pero sin echar raíces en ningún lugar. Son ciudadanos del mundo, pero de ningún lugar al mismo tiempo; lo cual pude provocar que las personas no tengan apego, ni raíces por la tierra bendita que pisan para disfrutar nuevas experiencias y que, por tanto, el descuido y la banalidad de sus comportamientos afectan irremediablemente el medio ambiente.
Este filósofo también advirtió que estamos social, y quizá personalmente, imbuidos en una era consumista basada en la ferviente necesidad de disfrutar nuevos productos, nuevos viajes (mejor si el entorno turístico es competitivo), inéditas experiencias, de tal manera que no importan ya los productos duraderos, sino lo efímero, lo fugaz, lo líquido; es decir, lo novedoso.
El ansia de consumir y de experimentar nuevas aventuras no se basa en la satisfacción de los deseos o el saciar necesidades, sino en incitar “el deseo de deseos”, los cuales deben tener la cualidad de ser siempre diferentes. Sorprendentemente nuevos.
Esta realidad, siempre líquida, no pretende conservar los objetos adquiridos, sino busca renovarlos constantemente para así saciar el espíritu consumista que la distingue. Consumismo y materialismo banal e intrascendente.
Esta realidad ha inventado secuencias y paquetes turísticos que “venden” libertad, pero que afectan gravemente el medio ambiente, porque estas aventuras tan mercantilistas carecen de compromiso, responsabilidad y respeto por los lugares y culturas visitadas.
Esta idea de liquidez encierra la posibilidad de perderlo todo; por eso, en esta categoría de turismo, las personas tratan de obtener trofeos para presumirlos, siendo los custodios de estas glorias los blogs y otras redes sociales.
Miguel Delibes lo escribió: “Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”
LA CIMA DEL MUNDO
En 1852 un topógrafo descubrió una montaña, a la cual se le dio el nombre de “Pico XV” estimándose su altura en 8.840 metros, lo que le concedía el honor de ser el punto más elevado de toda la tierra (la altura real es de 8 mil 850 metros)
Fue en el año de 1865, cuando al Pico XV se le bautizó con el nombre de “Everest” en honor de sir George Everest, el topógrafo inglés que había determinado la altura de la cima.
Cabe mencionar que antes de esta conquista transcurrieron 15 infructuosas expediciones que cobraron la vida a 24 hombres. Desde entonces infinidad de alpinistas han alcanzado la cumbre del planeta y muchos han muerto en su intento.
La conquista sucedió 101 años después de su descubrimiento, el 29 de mayo de 1953, a las 11:30 horas, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, con un equipo precario, coronan la cima de la imponente montaña. Ambos estuvieron 15 minutos en el filo de lo imposible, pero su hazaña se inmortalizó y ha sido seguida por miles de personas que auténticamente aman y respetan el alpinismo.
Desgraciadamente, el alpinismo es también afán de “turistas de la aventura” que intentan llegar a lo más alto, a lo más lejos, a lo más alto o profundo, no con la legítima intención que colma el espíritu humano, sino como muestra de eso que el dinero es capaz de comprar en el mundo líquido que nos domina.
Para los tibetanos esta montaña siempre había sido sagrada y la consideraban la más alta de toda la cordillera; de hecho, la llamaban con el nombre de Yomolungma (diosa madre del mundo), mientras que los nepaleses la conocían con el nombre de Sagarmatha (diosa del cielo). Pero pareciera que en la modernidad liquida los turistas se han encargado de ensuciar y banalizar los caminos que conducen a su cima sagrada.
TRES TRAGEDIAS
Cristian Buades, en un artículo de su autoría que apreció el mes pasado en el periódico ABC, menciona tres precios a pagar por subir el Everest: el primero tiene que ver con las banalización y la comercialización de la montaña; en este sentido, hace patente que, desgraciadamente, el alpinismo en esta montaña ha muerto, pues son muy pocas las personas que son alpinistas auténticos, los demás son turistas adinerados (puede costar entre 25 mil y 100 mil dólares) que creen que están en un parque temático, los cuales carecen de pericia, respeto y conocimientos profundos sobre la mística del alpinismo.
El segundo tiene que ver con las muertes que esta majestuosa montaña está cobrando. Como muestra el autor refiere “la famosa imagen viral del Everest (de la semana pasada) que mostraba a unas 200 personas esperando para alcanzar la cima”. Parece ser que la desgracia oscurece este año: las tragedias de esta primavera pasaran a la historia, pues ya son once muertes registradas, de las cuales solamente una ha sido accidental, las otras han sido por razones climáticas, por el mal de altura, o bien por la ausencia de la exigente condición física de las personas que se arriesgan en esta aventura.
En relación a este tema Chus Lago, la primera española que el 26 de mayo de 1999, conquistara la cumbre sin oxígeno comenta: “Si hay diez muertos y no ha pasado nada: ni viento, ni una tormenta... imagina el día que aparezcan cuatro nubes y haya que salir de allí corriendo”.
Chus Lago, agrega que aproximadamente el 66% de esas personas podrían ser personal de apoyo, pues “cada cliente tiene mínimo dos porteadores de altura, gente experimentada que sabe por dónde se está moviendo, más el guía... ¿A qué queda reducido esto? A 50-60 personas que son los clientes. De esos 60 han muerto 10”, ya que la otra persona fallecida fue un sherpa.
El tercer precio que se paga, tiene que ver con la basura que los “turistas” dejan a su paso, pues cada uno puede olvidar en su aventura por lo menos ocho kilos de basura. La última vez que intentaron limpiar el Everest se recogieron once toneladas de residuos, pero los que no se pueden acopiar (por ejemplo, los tanques de oxígeno que no regresan) contaminaran por siglos sus sagrados espacios.
Estos “turistas” competitivos, los que no son auténticos montañistas, transfieren este costo a la humanidad, sumándose a los otros gravísimos agravios relacionados con la degradación global del medio ambiente y de los ecosistemas mundiales.
EL OTRO LADO DE LA MONEDA
“El alpinismo y el consumismo que conocemos hoy en día son dos fuerzas contrapuestas”, mucho se puede aprender de los alpinistas genuinos, de esos que cada montaña es una poesía, no un parque temático, de esos que comprenden con claridad lo que decía un alpinista consumado: “por mucho que recorramos el mundo detrás de la belleza, nunca la encontraremos si no la llevamos con nosotros”.
El espíritu alpino encierra el afán por la superación, poniendo de manifiesto los valores que trascienden las montañas para aplicarlos en la vida, o viceversa. Su meta es la próxima cumbre que se desea alcanzar.
Los auténticos alpinistas son respetuosos del medio ambiente, preservan y conservan las montañas que se abren a ellos, también veneran la cultura de los pobladores que los acogen. No buscan presunciones, no conquistan cumbres, sino sus propios espíritus. Son cooperativos, pacientes y constructores de equipos colaborativos.
Una homilía de Juan Pablo II, celebrada en el verano de 1989, recoge el sentir de este santo sobre algunos valores que se encuentran al entrar en contacto con la montaña y las virtudes del montañero: “es necesario subir a las montañas para abrazar en los espacios infinitos la admirable obra de dios. Es necesario subir para recoger la invitación a hacer de la propia vida una conti¬nua ascensión hacia las metas sublimes de las virtudes huma-nas y cristianas”.
Es claro: la majestuosidad de las montañas estimula los valores de tenacidad y humildad, valores esenciales para combatir la inercia de la cultura líquida que nos habita, valores trascendentales para llevar la vida al filo de lo imposible.
Ojalá pronto se regule el insensible turismo mercantilista que ya invadió la cumbre del Everest.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo