La responsabilidad de los actores
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En los teatros frecuentemente hay dos máscaras que representan la vida. Una máscara sonriente y otra triste, una con la comisura de los labios hacia arriba y otra con la misma hacia abajo, una que significa sonrisa, alegría, vitalidad y optimismo y otra que muestra y contagia tristeza, miedo, pesimismo y enfermedad. Ambas, la tragedia y la comedia, miran al público, aunque los espectadores no les prestan atención, sino que van sufriendo o gozando el proceso que viven los personajes: la adversidad que surge repentinamente, las pasiones y soluciones intentadas, las fantasías que sugieren la tragedia inminente sin esperanza, o la alegría de vivir o sobrevivir al peligro.
En la crisis de la epidemia que sufrimos, en ese teatro somos los espectadores y personajes que actuamos esa narración del “coronavirus”. Ha sido una pavorosa tragedia que va progresando de continente en continente. Tuvo su inicio inocente e ignorado en China, se multiplicó su muerte y malignidad de manera incontrolable, y ya se anuncia el desenlace de su extinción paulatina. El resto del mundo espera el mismo patrón de la obra y su proceso. Y confía en ir aprendiendo nuevas y drásticas estrategias para controlar la tragedia.
En estos días hemos recibido lecciones valiosas de las experiencias y errores. Hemos sido alumnos de la adversidad global. Hemos aprendido a escuchar, a analizar causas y consecuencias de la salud en la economía y de la economía de la salud, aunque nos hemos restringido a la salud fisiológica y hemos ignorado de nuevo la salud mental-espiritual-emocional-psicológica. (Esta epidemia nos puede dar una extraordinaria enseñanza acerca del miedo-ansiedad-angustia y sus consecuencias cuando se convierte en verdugo personal o epidemia social).
¿La ignorancia del peligroso “coronavirus” es más dañino que la angustia, exagerada por la imaginación, de la amenaza del contagio? Este debate es el que tienen los gobernantes del mundo y él que los lleva a tomar decisiones desde el rígido control de entradas y salidas a ciudades y aeropuertos hasta el mágico o místico “detente”. Desde una posición de defenderse razonablemente y acabar con el virus hasta una ignorancia tan supina como decir “aquí no pasa nada”, no hay que exagerar.
El control de la epidemia rebasa a los gobiernos. Hacen lo que pueden y saben que no saben mucho de cómo controlarla, excepto copiar y mejorar experiencias de otros países. En cada familia es donde existe el control y la responsabilidad (o irresponsabilidad) del peligro y consecuentemente del miedo y la evaluación del éste.
Los padres de familia somos los que elegimos la respuesta enérgica y el temor razonable ante cualquier peligro. Ellos son los personajes principales de que esta obra tenga tragedias o éxitos al final. Ellos son los que deben exigir las estrategias efectivas porque va de por medio la vida, algo que el maligno “coronavirus” nos vino a revelar de nuevo. Esperemos que las falsas estrategias políticas se diluyan y den espacio a la estrategia de la verdad y de la vida de cada familia.