La soledad de la ciudad
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Sí, ya sé.
Debería estar en casa.
Pero
Si no soy adulto mayor.
Aún.
Ni, gracias al Creador, tengo presión arterial, diabetes, cáncer o cualquiera de esas mugres.
Al menos eso creo.
Como quiera que sea, sí, ya sé que debería estar en casa.
Quedarme en casa.
Pero no, fíjese.
No lo aguanto.
No soy hombre de estar encerrado entre cuatro paredes.
Si viera cómo he disfrutado caminar por la ciudad ahora que no hay gente.
O que hay menos gente.
Se respira mejor.
Tampoco traigo cubrebocas ni mascarilla.
Qué delicia.
Sin tanto ruido ni tanto humo de mofles.
Y hasta como que todo luce más limpio.
Limpio de todo lo sucio.
Sí, ya sé que debería de quedarme en casa.
Pero qué quiere que le haga.
La calle es lo mío.
Yo soy de la calle.
Como dice el Rey As Arnulfo junior.
La calle es mi segunda casa.
Y cuando no estoy en la calle me desespero.
Me entra la ansiedad.
El estrés.
La claustrofobia.
Me enfermo.
Me entra el miedo a lo desconocido.
Se disparan mis fobias.
Ni cuando estoy con gripa o diarrea suelo quedarme a reponerme en casa.
Pa qué quiere
Me enfermo más.
No.
Definitivo.
Que no me pidan que me quede en casa.
Si me toca o no me toca
Eso sólo Dios lo sabe.
Lo sabrá.
Pero mire
cómo todo es más bello, más sublime, más puro, cuando la ciudad se queda sola.
Vacía de carros y de gentes con sus carros.
Solitaria.
Muda,
Y entonces me acuerdo de una compañera de oficio, no voy a decir su nombre, que dice que la soledad tiene sus encantos.
Sus mieles.
Que se disfruta, igual que la compañía.
Y no sabe de veras cómo he disfrutado estos primeros días de la cuarentena.
Imagínese, tener la ciudad para mí solito.
Yo el dueño y señor de la ciudad.
Qué goce.
Y qué regocijo.
No sabe.
A ver cuánto me dura el gusto
Jesús Peña
SALTILLO de a pie