La tierra de los descartados… ‘invisibles’ para el Gobierno
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En México, ser indígena es una condición que conlleva a la discriminación: la mayoría de las veces, estos pueblos están en el olvido oficial
El 21 de febrero es el Día Internacional de la Lengua Materna, fecha que tiene el objetivo de promover el multilingüismo y la diversidad cultural. México cuenta con 68 lenguas y 364 variantes.
En el país ser indígena (o parecer) es condición suficiente para ser discriminado (sobre todo si se es mujer o adulto mayor), para recibir maltratos o para que las garantías individuales de estas personas sean continuamente violadas.
NADIE LES HABLA
Quizá alimentados por las estadísticas, quizá por la natural necesidad por la aventura de esa edad hormonal, cuatro jóvenes emprendieron un viaje.
Muy temprano habían arribado, vía área, a la capital del estado, aún les esperaba un arduo viaje –casi de ocho horas-, por caminos y brechas sinuosas que atravesaban las húmedas y frías montañas del estado de Chiapas. La meta: llegar, antes del anochecer, a una comunidad seleccionada que se encontraba para instalarse en el único “salón” de una escuela, el cual sería su hogar para las siguientes cuatro semanas.
Los jóvenes estudiaban el último semestre de su carrera profesional en una renombrada universidad. El viaje no era para un proyecto escolar, tampoco de índole religioso, solamente deseaban experimentar la manera en que vivían los indígenas de esa zona. Deseaban vivir con estas personas de las cuales todos hablan, pero que casi nadie les habla y que pocos citadinos conocen.
El paisaje que recorrían era contrastante. Por un lado, un verdor lleno de vida y, por otro, precarias comunidades y chozas. También miradas hinchadas de abandono y desolación, y niños de estómagos abultados que anunciaban muertes anticipadas.
DESCARTADOS…
Durante la travesía los muchachos atestiguaron una realidad previamente impensable: una pobreza que destinaba a las personas al umbral de la muerte. Estaban en la tierra de los descartados.
Ya en la comunidad, al paso de los días, se percataron que a pesar de la marginación, en la vida de las personas existía un rito permanente. Todo lo que se emprendía, desde el amanecer hasta el anochecer, tenía algo de mágico y trascendente. Cada acción guardaba un símbolo, un significado. Cada actividad tenía un fin que ellos, extranjeros, no alcanzaban a comprender. También descubrieron que la lengua en que se comunican no solo los distinguía, sino que les otorgaba identidad, protección y unidad cultural.
En la cotidianidad de este pueblo no existía aburrimiento, ni pretensiones. Ciertamente los pobladores vivían en una extrema e injustificable pobreza, pero compartían una excelsa dignidad en sus almas, además los jóvenes viajeros sintieron de su parte una hospitalidad y calidez jamás percibida en los ámbitos de comodidad de donde eran originarios.
Ahí el tiempo permanecía inmutable, como si los siglos no hubiesen transcurrido: no existía internet, agua potable, electricidad, gas, teléfono, radio, ni televisión, ni escuelas. Tampoco medicinas, ni atención médica. La dieta se limitaba al consumo del maíz, fríjol, chile, huevo y de los animales que criaban como gallinas y cerdos. En esa comunidad solo había trabajo inagotable, todo compartido, sol y nubes, noche, luna y estrellas alumbradas.
Los jóvenes aprendieron que los indígenas poseían una nítida y sencilla sabiduría inmanente a sus orígenes: sin complicaciones. Que ostentaban una mentalidad distinta a la de ellos, la cual daba vida a costumbres propias, que su concepción de la vida estaba repleta de vida, como lo demostraban sus coloridas festividades. Que su intuición era notable y directa. Que su conocimiento de los ciclos y ritmos naturales era hondo, al punto de llevarlos dentro de sí mismos. Que la sabiduría de sus pares era más abreviada y profunda que la de ellos, muchachos casi profesionistas.
Encontraron que el ser indígena, era difícil de definir y más de entender, algo que va desde el sentido del silencio, la atención, la más extrema sencillez hasta la más insólita metáfora, junto a una serenidad y pureza extraordinarias que se unen a un envidiable sentido del humor y a un auténtico amor por la naturaleza.
Constataron que los indígenas no se ven a sí mismos como tales, sino más bien como herederos de los dioses, que su comunidad era algo así como el centro del mundo, de un mundo propio. Que no se perciben como una determinada “raza”; que, tal vez, ni siquiera se piensan adheridos a México, porque ellos convivían a su manera y nombraban a sus propias autoridades, de acuerdo a la concepción que tienen de la existencia. Realidades incomprensibles para las personas de las grandes ciudades, para los que viven en el mundo tecnificado.
A medida que transcurría el tiempo, comprendieron que todos en la comunidad -inclusive los pequeños niños- sabían de la discriminación social, económica y cultural que, desde siempre, han padecido, que sabían del constante abuso, de la injusticia social, del trato “turístico” del cual eran víctimas.
APRENDIENDO…
Descubrieron que la maestra rural, que había estudiado en la capital del estado, era oriunda de ese poblado. Que al recibirse había regresado para luchar, con escaso éxito, para que el gobierno atendiera las más elementales necesidades de su comunidad, para proteger los derechos humanos más esenciales y para que, los explotadores terratenientes y los criminales, no terminaran de apoderarse de sus tierras y vidas.
Ella les hizo saber un simple ideal: que el gobierno y la sociedad les otorgara los mismos derechos que a los demás mexicanos, que su cultura (y lengua original) fuera respetada y conservada, que el mundo tomara conciencia que la cultura de estos pueblos estaba ante una inminente extinción.
Con esta humilde maestra, los jóvenes aprendieron una lesión que jamás olvidarían:
Un día, casi a punto de emprender el regreso, en una trivial conversación, la maestra les dijo -casi llorando- que cambiaría su vida para que uno de los jóvenes universitarios viviera escasos diez minutos la existencia de un indígena de su edad.
Los universitarios de facto comprendieron el sentido del comentario. Ellos venían de un mundo distinto, con oportunidades inimaginables para los habitantes de esa comunidad. Estaban ahí deliberadamente para “experimentar”, por escasos días, una realidad que para los jóvenes indígenas no era opcional, pues ellos estaban castigados al olvido en ese impenetrable poblado, soportando las condiciones más extremas de una completa pobreza.
La maestra sabía que los muchachos indígenas estaban condenados -al igual que sus hijos y nietos- a vivir en la miseria, a ser explotados, sin las más mínimas posibilidades de romper ese círculo mortal en el cual habían nacido.
Sabía que estos pueblos solamente eran considerados en la retórica gubernamental, que eran útiles para el interés político y social bajo una visión hipócrita, utilitaria. Materialista.
Los universitarios, por su previa ceguera e ignorancia, se avergonzaron de sí mismos. Un nudo agrio secuestro sus gargantas: ¡ella cambiaba su vida por 10 minutos, intuyendo que esto brindaría a los muchachos universitarios la conciencia de la existencia de un México indigente!
La maestra les hizo ver que vivían encerrados en sí mismos, ignorando las terribles realidades de su propio país, que tenían el espíritu moribundo, encarcelado en la prisión del consumo, el dispendio y la desmesura. La conversación fue impactante. Trascendental.
Los muchachos enfrentaron una grave encrucijada: o vivir ciegos, dormidos, narcotizados, con las alas cortadas, a expensas del materialismo y del “todo da igual”, o bien, emprender una vida enriquecida por la solidaridad, la consideración y el respeto por los que menos tienen, trabajando por la justicia social de sus propias comunidades.
La breve estancia en la tierra de los descartados abrió el entendimiento y el corazón de los cuatro jóvenes y gracias a la generosidad de las personas de esa paupérrima comunidad, comprendieron el sentido del amor humano. A partir de esta experiencia ya nada fue igual. Sus espíritus fueron tocados por la pobreza y la injusticia, por la terrible indiferencia que tiene México hacia la gente de sus pueblos originarios.
Sus conciencias se transformaron al percatase de las enormes posibilidades que ellos tenían para contribuir a cambiar esta inaceptable indolencia social. Desde entonces las miradas de estos jóvenes son totalmente diferentes. Más humanas. Más compasivas.
cgurtierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo