Las agujas y el pajar
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No es como jugar a “las escondidas”.
Es una búsqueda que lleva años. Es una esperanza viva de encontrar vivos a quienes vivos desaparecieron. Fue esfumarse ellos sin historia. Sin dejar rastro. Una pérdida súbita. Una ausencia inexplicable. Algunos han sido identificados en las fosas clandestinas. No es un consuelo, pero sí una certidumbre. Si están vivos ¿dónde están?, ¿en qué condiciones?, ¿qué hacer para encontrarlos? Se publican fotos. Se escudriña, se recorre, se peina, se despeja el pajar y no aparecen las agujas extraviadas.
Casi todos los que participan en el empeño que ausculta e indaga se niegan a pensar que ya se haya hecho todo lo necesario. Que haya que considerar a los ausentes como privados ya de la vida en sitio desconocido. Esa resignación no parece llegar. Así como, culturalmente, se propende a identificar el amor con el luto, así se llega también a identificar la actitud de búsqueda incesante con el amor. No pocos se sienten culpables o insensibles si renuncian a ese esfuerzo. Parece algo que los acompañará toda su vida.
Crece la tendencia a reclamar y a hacer acusaciones de indiferencia, de tibieza, de insuficiencia, de engaño y de irresponsabilidad a quienes representan autoridad. Porque no hay resultados. Algunas veces hay cercanía, se muestra interés y solidaridad. Se escucha a las víctimas. Se hacen promesas y se reanudan los movimientos, anhelando, por lo menos, una casualidad, una sorpresa, algo inesperado que dé con una pista.
Es el viacrucis de muchas familias incansables. Todos saben que mientras más tardías son las pesquisas se vuelve más improbable el encuentro que sueñan. Es en verdad abundante el número de quienes se compadecen y acompañan en días y días, que parecen iguales unos a otros. Como una agonía sin muerte.
Los más realistas tratan de hacer proyectos para que estos raptos no se sigan repitiendo. Y por eso se recrudecen las sanciones, se perfeccionan los métodos, se actualizan las comunicaciones, se educa para saber dar los mejores pasos en las primeras horas y en los primeros días.
La formación en los valores éticos. La convicción de respetar la dignidad humana. La renuncia a descargar sobre otros lo que no se toleraría para sí mismo propiciaría una actitud de magnanimidad victoriosa, en crecimiento unánime. Se quisiera una eficiencia casi milagrosa que pudiera estar dando a los familiares constantes noticias de encuentros, de hallazgos, de devoluciones o de pruebas ciertas de que ya no viven los que extrañan tanto.
Será necesario acompañar, consolar, apoyar, comprender y seguir legislando y sancionando pero, sobre todo, educando desde la niñez, en hogares, escuelas, clubes y comunidades de fe para que se respete siempre el derecho a la vida y a la libertad sin exclusiones.
“Dar con el paradero” dicen, “saber dónde quedaron o dónde están”... Es el horizonte que parece alejarse mientras más se avanza... Están esas familias en el corazón de la comunidad. Son una llaga necesitada de la compañía como constare terapia de fraternidad...