Las otras guerras
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Las epidemias son guerras que matan. Ejércitos de enemigos desconocidos que aparecen en nuestro mundo sin haber sido agredidos, ejércitos de virus y bacterias minoritarias, invisibles que se van multiplicando con la ayuda de la ignorancia, la contaminación complaciente y la cercanía maligna disimulada de saludo.
Son guerras contra la vida sin declaración de odio, de injusticia, de defensa de territorio o de agresión premeditada. No se cubren del rostro de explotadores o invasores con la máscara de salvadores, civilizadores o iluminados. No buscan territorios ajenos, ni ambición de recursos naturales, ni explotación de esclavos ingenuos.
Todas las guerras de la humanidad las conoce el hombre, las sufre a lo largo de los siglos, las justifica (tienen que pasar décadas para descubrir las guerras injustas, las conquistas con sangre de muertos). Ahora las guerras son más sofisticadas. Son comerciales, ideológicas, hasta racionalizadas con fanatismos disque religiosos. Pero en todas ellas hay algo evidente: el enemigo es otro hombre. Depredamos la vida, la naturaleza, la biología, la armonía social, pero ya no la convertimos en el enemigo del hombre. Simplemente el orgullo y la ambición descarrilada destruyen el clima, la tierra, el agua y el aire… y la vida humana.
Hoy el mundo entero sufre la epidemia del coronavirus. Es una guerra de un enemigo invisible que tiene amedrentada, encerrada, encuarentenada al mundo global. No la llaman guerra a pesar de sus amenazas de muerte, de economía indefensa, de la fragilidad de la salud humana (la biológica no importa igual que la familiar, la espiritual, la educativa), porque la maldad de la bacteria y de la conducta humana han sido descartados como enemigos a perseguir.
Sin embargo, esta epidemia es una verdadera guerra que está revelando las dimensiones vitales de la humanidad que han sido descartadas por la miopía económica y tecnológica, soberbia tan superficial como la de un mago que distrae con lo accidental y trivial, la sustancia del ser humano: la salud, la justicia, el hambre y la pobreza, el servicio y fraternidad.
La humanidad y sus gobiernos van a vencer en esta nueva guerra a costa de muchas muertes, sangre y mayor pobreza, desempleo y mayor inseguridad. Pero me temo que no van a aprender la lección de que hay otras epidemias silenciosas que van asesinando la vida, la familia, la honestidad, el avance científico, la espiritualidad personal y cultural.
Cuando termine esta guerra contra la bacteria del coronavirus, será el tiempo de empezar a investigar las bacterias mentales que están diluyendo el humanismo en el ser personal con espadas anacrónicas y tecnologías de felicidad inmediata. Parte de la actual juventud universal está descubriendo y tomando conciencia de esas epidemias deshumanizantes que deterioran y matan al espíritu humano. Son señales claras de una lenta evolución de la conciencia de la mujer y el hombre que están hambrientos de una sabiduría más profunda que la dermatología sentimental que se ofrece como felicidad perene. Sus protestas contra la violencia inhumana, sus movimientos por una ecología sana de la madre tierra y sus productos, y los puentes interraciales e interreligiosos son indicadores de su lucha contra las epidemias mentales e inviables.