Lenguaje delator
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Usando un análisis de su lenguaje, hace 23 años el FBI capturó al “Unabomber”, un genio matemático enloquecido y asesino. Durante 16 años “El Unabomber” quizo enderezar el mundo enviando bombas por correo a personas que a su juicio simbolizaban la deshumanización de la nueva era post-industrial. (Netflix: Manhunt-Unabomber.)
Hoy todos podríamos ser identificados y localizados por nuestra particular huella lingüística que estamos dejando en las redes sociales. Hablo de conceptos empleados, no de trazos en la escritura manuscrita que también dejan una huella única.
Hay otro descubrimiento moderno más asombroso aún. La mezcla de conceptos que usamos limita el mundo que percibimos. El clásico ejemplo son los más de cuarenta tipos de nieve que ve un esquimal. Los esquiadores quizá vean cuatro tipos. Ya en broma, para un niño regiomontano toda la “nieve” es de vainilla o chocolate.
Todo este preámbulo para decir que encuentro muy loable el esfuerzo por difundir el perfil de los candidatos a través de meritocracia.org de Federico Garza Santos. Sería igualmente iluminandor estudiar el lenguaje que cada candidato emplea. Revelaría las limitaciones de sus modelos mentales, o sea su muy particular ceguera.
La Constitución mexicana tiene su propio lenguaje. Aunque copiamos el liberalismo norteamericano en lo principal, sus excepciones son de corte socialista. Tenemos el artículo tercero sobre educación, el 127 en materia laboral, y todos los relativos al Estado rector, planeación centralizada en el capítulo económico.
Mi punto es que los mexicanos vivimos una contradicción constitucional que nos ha costado crecimiento, desarrollo y modernidad. Tenemos una constitución esquizoide, desconectada de la realidad que no se decide si somos capitalistas o socialistas. Nuestras confusiones como país se originan en un lenguaje constitucional esecialmente antitético.
El PRI ha sido el autor —y principal explotador— del lenguaje confuso. Hoy Anaya se recarga en el lenguaje de libre empresa y Andrés Manuel abraza con entusiasmo el estatismo, las empresas públicas, el apapacho a líderes sindicales corruptísimos, etc.
¿La gran pregunta es qué lenguaje hablamos los mexicanos? Por el lenguaje empleado por los empresarios del País propongo cuando menos tres estilos: el del norte exportador, tipo gringo de eficiencia. El del centro es autoritario aristocrático, como los hacendados; y el del sur, comunitario a morir.
De nueva cuenta, Andrés, sin duda habla sureño, pero nota: Anaya no habla norteño. Anaya es del centro, autoritario aristocrático y ofrezco como indicio lo cerrado que ha permanecido dentro de su grupo íntimo. Quedarse allí, encerrado en su grupito pequeño, le va a costar cualquier posibilidad de potencial triunfo. Comparando con la campaña de Fox, su alianza con la sociedad civil, y la misma izquierda está muy débil. Anaya no ve… lo que no ve.
¿Por qué si Anaya es más moderno que Andrés no repunta en las encuestas, siendo que al País le urge dar un salto a la modernidad? Falta decir que México no está operando en modo normal sino en modo de crisis. Aquí la lógica cambia y el lenguaje se polariza hacia una especie de ceguera obsesiva contra la corrupción.
Andrés se ha posicionado como el campeón anti-corrupción. Eso opaca su discurso estatista. Eso opaca su ignorancia. Eso hace resaltar su testarudez como un gran positivo. El único tema, el único lenguaje es binario: anticorrupción, si o no.
Anaya gana debates estériles. El tema es sólo uno. Si no demuestra ser más comprometido que Andrés en materia de anticorrupción no podrá ganar, así hable inglés y el francés. Esos son adornos irrelevantes que solo confirman su desconexión con la realidad.
Andrés no necesita compartir su triunfo con nadie. En cambio, a Anaya le urge repartir poder a diestra y siniestra. Por lo que he indagado, en este sentido el “chico maravilla” está cerrado. Prefiere perder solo que empoderar a millones de mexicanos apanicados con el lenguaje delator de Andrés.
javierlivas@prodigy.net.mx