Lesionándose la rodilla
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Si no tenemos una clínica de primer orden, en buena medida se debe a que los mexicanos no podemos ser limpios y ordenados
Comenzó el año pasado como una broma, cuando los anfitriones de un programa de radio invitaron a su auditorio a compartir divertidos fracasos cotidianos acompañados del “hashtag” o etiqueta #PeroMeLastiméLaRodilla.
La excusa se volvió tendencia y brincó del estricto ámbito deportivo a todos los campos del quehacer humano, convirtiéndose en uno de los memes más replicados del 2017-18.
Así, por ejemplo, se acuñaron frases como “Yo me iba a aplicar este semestre #PeroMeChinguéLaRodilla”, “yo no tomaba alcohol #PeroMeChinguéLaRodilla”, “me le iba a declarar al amor de mi vida #PeroMeChinguéLaRodilla” e incluso “yo iba a ganar las elecciones del 2006 y 2012 #PeroMeChinguéLaRodilla”.
Y era divertido porque aguijoneaba nuestra capacidad de explicar con cualquier excusa boba y facilona la no consecución de nuestras metas y deberes. Ilustra nuestra vocación para presentar pretextos en lugar de resultados.
Bien, pues la frase #PeroMeChinguéLaRodilla cobró un doloroso y literal significado para la progenitora de quien esto escribe. Los detalles no interesan, baste decir que una mala tarde, la autora de mis días terminó con una fractura de rótula, lo que en el clínico argot de las redes se traduce como “se chingó la rodilla”.
Consecuencia de lo anterior nos vimos compelidos a tomar una estancia forzada en las comodísimas instalaciones de ese spa de lujo llamado el Seguro Social (all inclusive, aplican restricciones).
Algunos allegados y gente querida supieron desde un principio y estuvieron al pendiente para “lo que se ofreciera”, ese amplio concepto que va desde un aventón a la farmacia hasta un café y buena plática a las tres de la mañana.
Y no pocos militantes de la Nación Petatiux ya anticipaban un artículo en el que me descosiera contra el calvario que necesariamente significa tener a un familiar internado en una clínica pública.
Podría hacerlo, sin embargo, además de visceral y muy poco original, estaría cometiendo algunas injusticias.
Vamos, como que la seguridad social en este País deja mucho que desear, sin duda. Eso queda fuera de cualquier discusión (y créame, es inútil sobornar a la recepcionista para conseguir una habitación privada con cable y wifi).
Pero todas las carencias, insuficiencias y limitaciones del Instituto Mexicano del Seguro Social encuentran su explicación en el común denominador de nuestra problemática nacional: la corrupción largamente sostenida y ampliamente solapada. Algo que trasciende las décadas y se mueve en la estratósfera del poder político.
Así que tratar de explicar algo tan vasto y tan complejo a través de una experiencia individual sería, además de efectista, completamente inútil.
Creo sería más provechoso hacer una crítica de los derechohabientes que, en honor a la verdad, también tenemos muchos bemoles y contribuimos en buena medida a que la experiencia IMSS sea aun más ingrata.
Los mexicanos no distinguimos entre ser solidarios y convertirnos en plaga. Si bien es cierto que es positivo para el enfermito el hacerle saber que su barrio lo respalda, ello no significa que le ayude en absoluto el que hagamos de los alrededores de cada clínica un campamento de refugiados.
Entiendo perfectamente que mucha gente de precaria condición viene de lejos a cuidar a su paciente y no tiene cómo o dónde asistirse, por lo que no tiene más remedio que matar las horas deambulando en los alrededores.
Pero que se instale un puesto de fritangas en la misma acera por donde ingresan los pacientes de urgencias, habla más de nuestro tercermundismo que todas las carencias del nosocomio (el por qué lo tolera la dirección de la clínica, ese sí es un misterio).
De igual forma, fumar en las inmediaciones de la clínica debería estar penalizado. Un cigarrillo se huele desde los pisos superiores a una cuadra de distancia y se vuelve triplemente nauseabundo cuando se mezcla con las esencias naturales del subdesarrollo.
La inmundicia de los alrededores es un maravilloso acuerdo de colaboración entre afiliados e institución, pues mientras aquellos insisten en dejar su basura desperdigada, la clínica no parece ser consciente de que una banqueta o un muro se pueden lavar de vez en cuando.
Y de la cultura vial de los automovilistas, que parecen ignorar que ese inmueble horroroso es un edificio lleno de enfermos, en el que muchos terminarán sus días, mejor ni hablemos.
El Seguro ha optado por la arquitectura hostil, lo que significa inhabilitar cualquier espacio que le signifique un descanso al individuo. Se trata de forzarlo a que permanezca de pie y de invitarlo a que mejor se retire. Una lástima porque ello no sería necesario si quizás moderásemos nuestra
conducta.
En honor a la verdad debo reconocer que la atención médica que recibió mi madre fue, si no excelente, sí por lo menos razonablemente amable y –más importante– clínicamente exitosa (gracias a todos los interesados/involucrados).
Pero le reitero que si no tenemos una clínica de primer orden, en buena medida se debe a que los mexicanos no podemos ser limpios y ordenados cuando más se necesita.
Me pregunto si siempre fuimos así o nos habremos chingado la rodilla.
petatiux@hotmail.com
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