Levántate de la cama con sueño y de la mesa con hambre
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Me encontré entre los apuntes de mi bisabuelo una frase que ilustra la filosofía de orientación al trabajo: Siéntate a comer sin hambre y levántate con hambre. Vete a dormir sin sueño y levántate con sueño.
Así resumía ese hombre que nació a principios del siglo XX el valor de la disciplina, la frugalidad y la sobriedad, y viene a cuento lo anterior por el abismo conceptual que separa a dos generaciones: la del trabajo y la del hedonismo.
Les platico:
En estas bárbaras comarcas del norte, se batalla para arrancarle frutos a la tierra, a diferencia de los nobles suelos del centro y del sur, donde al palo de escoba que se entierra, le brotan hojitas al tercer día.
La tierra hace que nos parezcamos a ella, por eso, el exagerado cuento del costeño que meciéndose en la hamaca sin inmutarse exclama: “Vieja, alcánzame el veneno, porque ahí viene un alacrán y me va a picar”, quizá no sea tan exagerado para explicar las variadas visiones de la vida que existen en un país tan grande en extensión como el nuestro.
La orientación hacia el trabajo, todos los mexicanos la tenemos; bueno, unos más que otros, pero ahí está.
La genialidad también es sinónimo de nosotros como pueblo. Un amigo israelí me dijo un día que lo mejor que le puede pasar a un extranjero en apuros, es estar al lado de un mexicano, siempre y cuando éste traiga en su bolsa una liguita y un alambrito, porque con eso somos capaces de arreglar lo que para otros no tiene remedio.
En eso nos parecemos, y en lo que no, tiene qué ver precisamente con factores relacionados a la geografía y con las generaciones.
La gente de hoy no lee, y antes, si se quería “saber y aprender” no había de otra más que meterse a los libros. Hoy, tal vez, tampoco se quiera “saber y aprender”, porque la vida permite vivirla con el mínimo indispensable de esos dos ancestrales componentes.
Cuando mi abuela, la hija de don Amado, quiso estudiar para profesora, no pudo, porque había que ayudar en la tienda de la familia. El deber por encima del placer.
Le gustaba leer; aprendió solita y no le quedaban más que las noches para hacerlo. De antología es la anécdota aquella que conté, de su papá apagándole el quinqué a las 8, porque a esa hora todos en la casa tenían que irse a dormir para despertarse a las 6 de la mañana y abrir la tienda.
De antología -también- es lo que Lupe hizo al tomar su libro e irse a seguir leyendo al patio, y señalando a la Luna le dijo a su papá que había salido detrás de ella: “A ver, apágueme a ésa”.
Mi abuela se murió antes de ver a tantísimos padres cargando en su grupa a hijos treintones casi, que no quieren irse de la casa familiar porque no les alcanza para vivir solos ni por su cuenta.
Hijos de la generación del “todo lo merezco y más”, que siguen viendo a sus padres como proveedores y éstos, por tenerlos cerca, compran su presencia.
Nada qué ver con quienes del trabajo y del ahorro hicieron una norma de vida y creyeron en aquello de que, quien nada debe, siempre tiene.
Esa frase mutó para convertirse en “el que nada debe, nada tiene”, y me llegó por boca de un millenian, quien justificó de esa manera la vida actual basada en el “gastar”, más que en el “guardar”.
Yo crecí siendo parte de la generación del “o”: O tenía esto o tenía lo otro. No se podía tenerlo todo.
Los jóvenes ahora son de la generación del “y”: Tienen esto y quieren también lo otro.
Mi abuela se murió antes de ver todo esto. Si aún viviera y lo viera, se volvería a morir.
CAJÓN DE SASTRE.
“Gracias al Dios de Spinoza, fue delicioso hoy, no escribir de política ni de otros temas afines por ser peores”, dice la irreverente de mi Gaby.
Dedicado a Don Armando Fuentes Aguirre.