Lo cualitativo y lo cuantitativo

Dicen en el campo: “El que mucho abarca poco aprieta”.

“Más vale calidad que cantidad”, se oye decir en la Academia. “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, dicen los cazadores. No se aplica este criterio a la hora de señalar un ganador en el deporte. Se usa sólo lo cuantitativo en el número de goles, de canastas, de carreras. La calidad de las jugadas queda ignorada.

La gente dice que “poco y bueno”. Es criterio de elección generalmente aceptado. Hasta del café se ha dicho que ha de tener las cualidades de su nombre. Caliente, amargo, fuerte y (aquí viene lo especial) escaso. Entonces para que tenga calidad no ha de ser ni frío, ni dulce, ni suave ni, sobre todo, abundante.

De los amigos sólo los superficiales buscan presumir un gran número. La sensatez parece preferir “pocos amigos y buenos”. Porque no con todos se puede tener “un amor de benevolencia recíproco, fundado en la comunicación de bienes”. Las comunidades de fe valoran mucho, más que a los maestros o a los oradores, a los testigos que son creyentes creíbles porque viven lo que creen. Esos, más que catequistas, son evangelizadores. Y la congruencia de doctrina y vida es la conducción más eficaz para que surja la respuesta de fe en los receptores, espectadores o colaboradores.

En los ambientes del mundo contemporáneo se subraya mucho lo grande. Muchos de los récords Guinness son por tamaño: la rosca de reyes más grande, el mayor tamal, el edificio o el puente, o el avión, o la ascensión más grande en altura de montaña. Es tarea heroica unificar lo más grande con lo mejor. La longitud, la medida, el peso, el número, todo lo que sea sumar sube al ring de la competencia con la máscara de lo cuantitativo para enfrentarse a la pequeñez, que parece despreciable, de lo cualitativo. En la lucha el rudo tiene musculatura y el técnico destreza. El más débil y pequeño puede aprovechar la fuerza de la acometida del poderoso para derribarlo. La cantidad de fuerza queda derrotada por la calidad de la maniobra receptiva.

Ahora se habla de desperdicio y de austeridad. El desperdicio causa desigualdad y carencia para concentrar abundancia mal aprovechada. La austeridad intenta sobriedad, moderación y templanza para lograr suficiencia generalizada. Se ha hablado de un minimalismo. Con él se suprime todo lo superfluo, lo excedente, porque intenta la máxima eficiencia. Lograr el mejor resultado usando sólo lo indispensable. Ahorrar energía y gastos inútiles. Sustituir lo complicado con lo simple. Choca esto con el consumismo que intenta crear necesidades para multiplicar satisfactores de usar y tirar, convirtiendo la nación y el planeta en un basurero.

Las corrupciones concentran el ingreso y despojan lo pequeño, lo débil y lo discapacitado. Acumulan lujos y ornatos onerosos con un afán desordenado de poder compulsivo y enfermizo.

Queda nublado el servicio por un lucro creciente y abusivo. Crece la injusticia social con la sustracción permanente a un salario que resulta siempre insuficiente y erosiona la economía familiar. Los impuestos evadidos y los salarios no pagados crean fortunas injustificables.

Lo cualitativo de una vida digna, suficiente y decorosa para todos hace que lo cuantitativo se ponga siempre en relación con el acceso de todos a los bienes básicos...