Lo indeseable

La época de la posguerra en Europa, de la primera específicamente, dejó devastada a Alemania. El impacto sacudió a toda la población, no obstante, para los jóvenes particularmente fue más descorazonador, muchos se quedaron en la orfandad y tuvieron que asumir deberes para los que no estaban preparados, pero no había otra alternativa, numerosas familias se desmembraron. Los valores sociales tradicionales, enseñados por sus mayores, habían sido vilipendiados.

El pueblo alemán vivió en aquellos días una crisis ideológica y social muy fuerte, y ésta empezó a manifestarse hacia 1919. A ello súmele la hiperinflación ocurrida entre 1921 y 1924 y la Gran Depresión de 1929 que se reflejó sobre todo en el crecimiento de la tasa de desempleo, en números era así: de un millón 320 mil parados en septiembre de 1929 se pasó a unos 6 millones a principio de 1932. En palabras llanas, se las vieron negras con su economía, caldo de cultivo propicio para la germinación de la incertidumbre política y de la moral por los suelos. Los suicidios se convirtieron en la manifestación más extrema de protesta social, la tasa era mayor entre los jóvenes, tres veces más.

Los alemanes que nacieron entre 1903 y 1915, que tenían entre 18 y 30 años cuando Hitler llegó al poder en 1933, padecían graves problemas psicológicos derivados sin duda de lo vivido. En esa arena, dominada por un malestar generalizado y con la inestabilidad anímica a flor de piel, Hitler entró en escena. Se presentó como el salvador de Alemania, todo él irradiaba fuerza y esperanza para cambiar el futuro. Su discurso encendido despertó un cúmulo de sentimientos intensos, sobre todo entre los más jóvenes, que le entregaron sin reparo sus ideales, su vigor y su confianza. Hitler auguraba que el Tercer Reich duraría mil años. Sembró entre los integrantes de las Juventudes Hitlerianas fundadas en 1926 –sus miembros tenían entre 10 y 18 años– la ideología racista, la superioridad y preservación de la raza aria, aleccionaban a los chicos en el odio y la discriminación, con la orden tajante de no relacionarse con los “no arios”, ya que las mezclas “ensuciaban” el orgullo alemán. Llegaron a tener más de nueve millones de miembros. Participar en las Juventudes Hitlerianas se volvió obligatorio entre 1936 y 1941. A finales de 1944, muchos de estos jóvenes con entrenamiento militar, acostumbrados a obediencia ciega, ingresaron a la 12º división de la SS. Miles de familias alemanas se adhirieron al proyecto transformador.

No es nuevo el método del adoctrinamiento, se ha usado por las élites en el poder como instrumento de control de la población. En lugar de recurrir a la fuerza se van a la propaganda y a la manipulación, con estos “medios” tan edificantes, donde la mentira es reina, se exacerban pasiones profundas, decía un maestro de Historia que tuve la fortuna de tener en secundaria: “a veces de atavismo puro”. De ahí que quienes las usan sean radicales y se autoproclamen como dueños de la verdad absoluta y, por ende, salvadores de la humanidad. El 16 de enero de este año, una niña, estudiante de secundaria en Oaxaca, durante la visita del presidente López Obrador a Tuxtepec le recitó un poema utilizando frases que él suele pronunciar; transcribo una estrofa del mismo: “México quedó en la ruina. ¡Juntos haremos historia! Lo que el PRIAN se queda en ruina, muy pronto vendrá la gloria, activar la economía, la dejaron en quebranto, no estará ya en agonía, le apuesto. ¡Me canso ganso!”. Inducir y utilizar son dos acciones despreciables. El fanatismo es un desequilibrio psicológico y social, su cara política es el totalitarismo. El fanatismo no entiende la libertad, por ende no admite la discrepancia. El pensamiento de un fanático es rígido, no hay cabida para la autocrítica, se descalifica a quien no piensa de la misma manera y esto cancela el diálogo razonado y racional. Así no funciona un País, así no se puede ser nación. El fanático se aferra a una realidad alterna que no existe y por eso no puede aportar a la construcción de un mundo en plural. Mutila su capacidad de proponer, se encierra en lo que ha determinado que es y no hay más. Hoy se vive en medio de una guerra turbia, en la que las verdades se mezclan con verdades a medias, con mentiras, con información manipulada que lo único que están generando es polarización y división entre los mexicanos. Un jefe de Estado que se respete a sí mismo y a sus gobernados, no tiene derecho a promoverlas, independientemente de sus filias y fobias personales. En las redes sociales van y vienen injurias, descalificaciones, leperadas y faltas de respeto al por mayor… Por Dios, no sigamos reduciendo a la política a un amasijo de porquería, porque no lo es, como tampoco es cierto que todos los políticos de equis partido son unos #&$W$ y los otros unos santos bajados del cielo. Hay límites para mostrar una inconformidad, pero el odio no sirve ni para decirla ni para escribirla y menos, pero mucho menos, para resolverla.

Ojalá que nos demos la oportunidad de entenderlo, porque es al país al que estamos fracturando, y no tenemos otro, y se llama México, y México somos todos.