Lo que no se puede olvidar
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Los dos peregrinos recorren la senda.
Ya va atardeciendo y el viento está frío. Ella está esperando y va en el burrito, José, el carpintero, lleva rienda en mano. Se ve ya, muy cerca, blanco caserío. Recorren las calles llenas de viajeros, llegan al albergue y está todo lleno. Acá las familias bajo la arquería y, al centro, reunidos, todos los camellos. No hay lugar para ellos. Siguen caminando, no hay en todo el pueblo quien brinde posada. Pasa cerca de ellos un rebaño de ovejas, detrás va el pastor: “¿Tiene algún albergue?”, pregunta José. “Aquí está la cueva”. Con gusto, María ve cerca un pesebre. José, presuroso, va limpiando el piso, se acerca el momento en que nazca el niño.
Son casi las doce, brillan las estrellas. El llanto de un niño se escucha en la noche. Como una luz tenue que pasa un cristal, llega hasta el pesebre. Lo envuelve en pañales con manos de seda, su madre, la Virgen...Por allá en el campo hay un alboroto: son pobres pastores que corren y escuchan. Es un canto de ángeles que les causa gozo. Con música alegre les está anunciando un gran salvador que ya está naciendo. Un canto de paz están entonando, dando gloria a Dios y al mundo alegrando: “Buena voluntad atraerá la paz a todos los hombres de buen corazón”.
Con prisa preparan sus amplios morrales. Uno lleva queso de cabra fresquito, aquel, dulce miel en jarro sellado. Este se tropieza por llevar aprisa un ramo de espigas. Mujer cuidadosa ya lleva en la jaula al canario fino. Flores del invierno, y sabrosas nueces...Todos son regalos para la familia del niño del cielo que viene a la tierra a dar esperanza. Van cantando en el camino, repitiendo los mensajes de aquel canto angelical.
Todo esto se hace memoria en cada Nochebuena. La humanidad, despistada por todos los caminos de su laberinto, quiere volver a escuchar ese canto de doble rumbo: el de la tierra y el del cielo. Dar gloria a Dios con la vida. No vivirla como un botín de placer que hay que agotar antes de que se acabe. Dar gloria a quien la está dando en cada soplo del aire que hace respirar y en cada gota de la sangre que hace palpitar. Darle la gloria de la verdad, de la justicia, de la libertad y del amor. Darle gloria con la buena voluntad que hace posible la paz.
Contempla la humanidad a Dios migrante que viene a la tierra y a la historia humana. Encuentra el muro, la alambrada de la indiferencia, de la falta de fe, de la soberbia y de la avaricia, del afán desbocado de placer, de poder y de tener. Y sin embargo logra pasar para vivir el nacimiento de Belén que es pobreza; la obediencia de Nazareth, que es humildad y la cruz del Calvario, que es sufrimiento redentor.
Y es la familia la esperanza para un mundo sin idolatrías de poder opresor, de tener injusto y de placer egoísta. Un futuro de Navidad en que se abraza la salvación que trajo el Hijo del hombre y en lugar de despreciar, odiar y matar cada uno ve a todo hombre o mujer con ojos de fraternidad que no daña sino escucha, acompaña, sirve, ayuda, promueve y perdona...