Los alimentos que comemos
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No quiero imaginar desde qué tiempos miles de personas asentadas en el estado de Puebla y puntos circunvecinos comen hortalizas regadas por la Presa Valsequillo, y que recibe la porquería de aguas contaminadas que descienden desde el río Zahuapan en Tlaxcala y luego por el río Atoyac. Muchas sustancias químicas dejan en condición de no emplearse esas aguas que sin embargo riegan hortalizas para uso humano.
Pero no sólo los habitantes de aquella región biocultural consumen alimentos nocivos para su salud, en todas las ciudades del país en las que se “surte la despensa” en las grandes tiendas de autoservicio, los pollos están siendo inyectados con hormonas; para los que tuvimos la oportunidad de probar verdaderos caldos de pollo, hoy sus sabores son distintos a los de antaño.
Me preocupé cuando la eficiente señora del servicio doméstico que colabora con mi familia me dijo que acababa de hacer un caldo de pollo, pero que ella no lo iba a comer. De hecho me comentó que ella nunca consumía pollo fuera de Tamazunchale, San Luis Potosí, su pueblo.
Lo que ella observaba cuando preparaba el caldo es que el pollo exudaba mucho líquido, lo que no ocurre con los pollos producidos en las rancherías, y por esa razón no lo probaba.
¿Cuántos infantes mexicanos son alimentados con productos de aves y de reses que son “engordados” químicamente?
Nada menos en el norte mexicano, donde tanto acostumbramos asar carne, noto que la que venden en lugares exclusivos y al final del proceso de asarla está extrañamente más suave (hasta algo chiclosa) que la carne normal y su sabor también es distinto al de la carne de los animales que se sacrifican en las rancherías y municipios rurales.
El principal problema que tiene el mundo es la explosión demográfica, me dijo Ricardo Valencia, encargado de la recepción de un hotel en el que me hospedé en Zipolite, Oaxaca.
Coincide en ello con el empresario social Alberto Eugenio Garza Santos, quien desde hace muchos años ha compartido esta cuestión para que realmente nos preocupemos por tener menos descendencia.
Quienes están detrás del maíz transgénico aducen que es la única manera que la humanidad pueda alimentarse. Comer maíz sin alma, como dirían los tarahumaras, es lo que hacemos millones de personas, pues son los productos que nos ofrecen en los restaurantes y en las tiendas.
Los alimentos no deseables para nuestro organismo ya están entre nosotros, los comemos todos los días, sumemos a esto que tenemos que padecer la contaminación del aire y del agua, se puede explicar la problemática de salud pública que marca a las nuevas generaciones con un signo de impotencia y desesperanza.
Fueron muchos los años de desinterés del género humano por el cuidado de sus recursos, ahora parece muy tarde para recobrar el camino de la cordura.
Estamos a expensas de empresas transnacionales que nos enferman con los alimentos que nos ofrecen y, el colmo es que nosotros, pagamos por ellos.alejandro medina