Los ámbitos de la escultura pública saltillense
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El conjunto de esculturas de una ciudad habla de su identidad, sus tradiciones, sus aspiraciones y rencillas políticas. En Saltillo, como en todo México, la escultura civil en homenaje a héroes y personajes públicos inició después de la Reforma y casi todas representan a los héroes de la Patria, con excepción de las colocadas en las últimas décadas.
Las dos piezas más destacadas en la ciudad son la majestuosa estatua ecuestre del general Ignacio Zaragoza, ubicada en la Alameda desde 1897 y con la que, al parecer, inicia la escultura de carácter civil en Saltillo, y el emblemático monumento a Manuel Acuña, instalado en 1916 en la plaza que lleva el nombre del poeta. Ambas, obras del célebre escultor Jesús F. Contreras.
Los pasillos y glorietas de la Alameda Zaragoza siempre se han adornado con esculturas y constituyen un magnífico escenario para su colocación. Además de la del general Zaragoza, hoy existen un obelisco de cantera color chocolate erigido a los Niños Héroes en conmemoración del Centenario de la Independencia, la estatua monumental de don Miguel Hidalgo y un busto de sor Juana Inés de la Cruz.
Aunque no fue su sitio original, la de Benito Juárez permaneció muchos años en un hemiciclo en la plaza de San Francisco y posteriormente se instaló en el patio de la casa en la esquina de Juárez y Bravo, donde habitó el presidente durante su estancia en Saltillo en 1864. La estatua de don Juan Antonio de la Fuente, que preside la explanada del Ateneo Fuente, fue donada a la ciudad en 1910 por la Sociedad Estudiantil de la prestigiada escuela con motivo del Centenario de la Independencia y colocada originalmente en la Alameda. Una magnífica estatua ecuestre de Francisco I. Madero se localiza en la calzada de su nombre y un busto con su imagen en la placita Madero. Las esculturas de Miguel Ramos Arizpe y Juan Antonio de la Fuente desaparecieron para Saltillo con el derrumbe del Edificio Coahuila, igual que desapareció de la plaza del Congreso el busto del escritor Julio Torri, y la escultura del piloto Emilio Carranza perdió su hemiciclo en su cambio al aeropuerto de Ramos Arizpe.
Se conserva la erigida a la Madre hace casi 80 años en la plaza de ese nombre, y entre otras más recientes, el conjunto escultórico de los Fundadores de Saltillo, en la plaza de la Nueva Tlaxcala; la del torero Armillita en el Museo de la Cultura Taurina; el águila monumental del Museo de las Aves; la estatua de Carmen Guerra de Weber; el monumento a la Madre Tierra y, los bustos, de Morelos en una plaza de la colonia República, y de Flores Magón en la plaza de Castelar y Arteaga.
El sexenio del gobernador Flores Tapia en los años setenta se significó por la colocación de la escultura pública en Saltillo: los héroes de la Reforma en el Paseo del mismo nombre, y en la confluencia de este con el de Echeverría, las del Indio y el Español, movidas de sitio ya en dos ocasiones y reconstruida la del Indio; el bronce de Manuel Acuña frente al Teatro de la Ciudad; la escultura de Vito Alessio Robles en una rotonda del bulevar que lleva su nombre; la magnífica estatua ecuestre de don Venustiano Carranza, ubicada en la entrada norte a Saltillo, y la del general Francisco Coss en el bulevar de su nombre.
En las últimas décadas, la política y los diversos tonos de las familias reinantes han sacado buen provecho de la escultura pública en Saltillo para afirmar su discurso ideológico: estatuas de Manuel Pérez Treviño, Nazario Ortiz Garza, Eulalio Gutiérrez y dos o tres de Óscar Flores Tapia señorean bulevares y espacios públicos. Ni qué decir de la escultura funeraria, los viejos panteones de Santiago y San Esteban la han visto lamentablemente reducida con la desaparición de algunas piezas de valor que durante años habían permanecido como guardianes en las tumbas de antiguas familias saltillenses.