Los de fuera y los de dentro
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Diciembre es maltratado por una revoltura cultural, comercial, folklórica, cronológica y celebrativa.
Lo navideño se vuelve invasor, dominante e intruso. No se observan los tiempos, la secuencia festiva. Se hacen conciertos de Navidad en Adviento. Proliferan las felicitaciones anacrónicas de Navidad y de fin de año y Año Nuevo, adelantando lo que vendrá. Se cantan villancicos al Niño Dios antes de que nazca. Los cantos de espera quedan desplazados por los de bienvenida.
Al bueno de San Nicolás le rebanan el nombre y queda convertido en Clos o Claus y hasta le cambian el género llamándole Santa en lugar de Santo. Le cambian indumentaria y apariencia poniéndole panza y atribuyéndole una residencia polar y un transporte de trineo aéreo tirado por renos voladores. Lo presentan como allanador de moradas, entrando por chimeneas.
San Nicolás regalaba alimentos, ropa y golosinas y juguetes a las familias pobres cuando se acercaba la Navidad y caminaba por su propio pie o era transportado en carreta.
El precioso tiempo de Adviento es la preparación para Navidad. Con sus cuatro domingos sucesivos. Se encienden, en las coronas en templos y hogares, las velas moradas y la rosa del tercer domingo. Es ya el domingo de la alegría por la proximidad navideña. Y los misioneros, en la Nueva España, inventan las posadas. Son el recuerdo supuesto del peregrinar de María y José para encontrar albergue, después que vieron que el mesón estaba lleno de camellos y visitantes como ellos. Se niegan algunos a recibirlos, a ellos que son los de fuera, hasta que encuentran al pastor que les cede la cueva que ya abandonan sus ovejas, es representado por los de dentro.
Esta actitud de hospitalidad es la fiesta y la enseñanza. Hospitalidad, dar posada, no excluir ni rechazar, aceptar y dar albergue. “¡Entren, santos peregrinos...!” “¡aunque es pobre la morada...!”. Y estalla el gozo de la buena obra. Cantos, silbatazos, serpentinas, confeti, espantasuegras, colaciones, bolos, cacahuates y naranjas, chocolates y, claro, la piñata. Los misioneros las hacían de siete picos que eran los pecados capitales. Duro contra ellos con el garrote. Desfilaban los que querían acabar con los pecados para que viniera la lluvia de gracias y bendiciones. Al romperse el jarro caían los dulces simbolizando virtudes. Ahora se golpea a Blanca Nieves, a los superhéroes, a la niña de “Frozen” o a la de “La Bella y la Bestia”.
Gracias a las posadas se salva el Adviento como tiempo de reconciliación, de reencuentro, de perdón, de buena voluntad, de generosidad y de aceptación e inclusión. Se da también la adulteración de las posadas suprimiendo peregrinos y acogida y quedàndose sólo con baile, hartazgo y bebida.
La meta es que todo sea a su tiempo, sin adelantos ni extranjerismos ni contaminaciones, distinguiendo bien entre tiempo de espera que sale al encuentro del Salvador que viene y regocijo desbordante por su Natividad actualizada y celebrada, desde la fe bautismal de todos los participantes... Buen Adviento para ser felices en Navidad y ¡Año Nuevo!...