Los hombres que reunió la danza
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La expresión dancística con mayor presencia en el estado es la de los “Matachines” o “Matlachines”, una danza de guerra en sus orígenes por el antiguo color rojo del vestuario, convertida después en danza de carácter religioso, como una forma de veneración y agradecimiento a los santos patronos de barrios, grupos o comunidades.
Cada comunidad o barrio tiene su propio grupo de danza dedicado a un santo de su devoción y lleva su imagen en un estandarte. Incluso, algunos grupos conservan una imagen de bulto y también la llevan al frente en las procesiones, cargada en andas o en brazos de algún devoto. Muchos grupos llevan además una imagen de la virgen de Guadalupe en su vestuario o penacho.
El gran arraigo y popularidad de la danza han aumentado los grupos de danzantes en número considerable, pero no han podido evitar las pérdidas en sus elementos, algunos reinventados: a los huaraches, por ejemplo, se les agregó una lámina metálica en la suela de hule con el único objeto de hacer más ruido al ejecutar los pasos, y en otros grupos los huaraches han sido reemplazados con zapatos y hasta con tenis. El guaje con piedritas de hormiguero que llevaban los danzantes en una mano es sustituido hoy con sonajas de plástico y hasta con flotadores de baño. Muchas danzan conservan el arco que llevan en la otra mano, cuya flecha no puede lanzarse al aire, sólo se mueve hacia adelante al tensar la cuerda y al regresar a su lugar, produce una agradable percusión al chocar las maderas y mezclarse su sonido con el zapatear de los huaraches, el tambor y el violín, perdido este último en muchos grupos.
A pesar de ser el arco el arma utilizada para darle muerte al “viejo de la danza”, hay grupos que ya no lo usan porque no siguen el ritual exacto. Otros elementos del vestuario lucen cambios en sus materiales. El faldón largo y abierto a los dos lados para facilitar el movimiento de las rodillas, que cae al frente y por atrás sobre los pantalones, llevaba varias hileras de carrizos colgantes cosidos en forma vertical y rematados con cascabeles o motas de colores. Los carrizos, que también colaboraban en el conjunto de sonidos, fueron sustituidos por tubitos de plástico, y algunos grupos eliminaron los pantalones que, sujetados abajo de la rodilla, dejaban ver las calcetas gruesas de color rosa o amarillo; ahora usan pantalones comunes, de diferentes colores y texturas, incluso las mujeres, que desde hace tiempo se integraron a los grupos de danzantes, llevan a veces pantaloncillos de los que se conocen como “shorts”. Los penachos o “monterillas”, hechos siempre con plumas de colorido sin igual, aunque han cambiado su forma y sus colores, siguen siendo adornados con cuentas, chaquiras, lentejuelas o carrizos colgando de la visera, y muchos llevan una estampa de la virgen o del santo patrono. Sin embargo, perdieron los espejos pequeños que llevaban en la parte que rodea a la cabeza y que simbolizaban la luna y el sol. Los penachos nuevos adoptan formas diversas, algunos más grandes, más ricos y coloridos, dependiendo de los recursos de los grupos. Los pantalones y la camisa, tradicionalmente rojos, han cambiado sus colores conservando su brillo, y el tradicional chaleco negro bordado con lentejuelas, a veces es de otros colores y no llevan bordados.
Finalmente, no importan las versiones distintas ni las diferentes interpretaciones de cada grupo, barrio o familia, ni los cambios en el vestuario, ni su participación en actos de carácter no religioso. Su evolución indica que la danza de “Matachines” está hoy más viva que nunca, y que la fe en torno a la costumbre y la creencia reúne a los cada vez más numerosos guardianes y ejecutores de esta bella tradición, patrimonio cultural inmaterial de Saltillo.