El muro y la grieta: Los libros perdidos del IMCS
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Hace un par de semanas se celebró el Día Internacional del Libro, lo que da pie para reflexionar en torno a los graves problemas para su acceso en el estado, así como a las deficientes dinámicas de distribución institucional en todos los niveles.
Es sabido de sobra: para cualquier régimen lo más fácil es decirse amigo de la cultura de dientes para afuera. Hacer actos, convenios, programas, presumir cifras, o como se estila desde hace por lo menos tres sexenios en Coahuila: usar al libro como un pretexto de legitimación intelectual y toda presentación del mismo degradada en acto proselitista o político. Un iluso incluso traía por ahí la idea de un “Instituto Estatal del Libro”.
Yo no he venido aquí a hacer una defensa cursi de los libros. Tampoco a como dicen en la tele, recomendar diez minutos de lectura al día, como una suerte de remedio fácil y rutina mecánica y bienpensante. Mucho menos a reforzar ese cuestionable mito de que los libros, en automático, nos vuelven mejores personas. Tampoco a hacer una defensa de los libros: ya que éstos son entidades que implican complejidad, matices, disrupción.
Para empezar, los libros se defienden solos. Sobre todo los buenos libros. Los buenos libros no sólo trascienden las modas, costumbres y las ideologías persistentes de una generación, sino que nos sobreviven, nos cuestionan y nos siguen hablando a través de los siglos, de las décadas, con una frescura apabullante.
Una forma de la felicidad
El mismo Borges estaba en contra de la imposición de la lectura, por eso dijo “El placer no puede ser algo obligatorio, el placer es algo buscado.” Y aconsejó siempre a sus estudiantes: “Si un libro les aburre, déjenlo, no lo lean por que es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo… ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe de ser una forma de la felicidad.”
En este perspectiva entonces, pareciera que muchas de las decisiones institucionales en Coahuila afrentan o de plano operan en contra de esta borgiana forma de felicidad.
Tan grave es que se haya cerrado la librería Educal en la planta baja de la ex Secretaría de Cultura ¿Era su perfil incompatible con la millonaria Academia Interamericana de Derechos Humanos que desperdicia los amplios espacios de dicho edificio?
Como grave es que así, de manera unilateral y tajante, la actual administración del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, encabezada por Iván Márquez, desde principios del año pasado, para dar paso a la oficina de un nuevo funcionario suyo, cerrara también la Librería municipal Acequia Madre, en los bajos del García Carrillo. La única librería especializada en autores coahuilenses en todo el estado. La pregunta para Iván y su equipo es ¿Dónde están los miles de volúmenes que conformaban la oferta editorial de la librería (literatura, arquitectura, historia, plástica, dramaturgia) con ediciones de la SEC, el propio IMCS, la UadeC y fondos regionales que fueron desalojados de un día para otro de esta librería pública?
El problema de la distribución editorial no se agota en los silencios y omisiones de la IMCS, fuentes confiables en la SEC han confirmado que a la mudanza de su edificio en Hidalgo y Juárez tuvieron que trasladarse más de 15 mil libros que permanecían embodegados en el área de talleres del hoy edificio de la AIDH. La Universidad no se queda atrás. Muchas de las ediciones de sus estupendas series de los últimos años no circulan como debieran ¿La Librería Universitaria? Sigue en las mismas.
Visión, omisión, simulación
Insisto: el problema en torno a la distribución del libro en Coahuila es global y sintomático, no se circunscribe a ninguna persona ni institución. Desde el Paralibros de la Alameda donde envejecen libros bajo candado “Es que nadie sabe dónde está la llave” (Nota de Christian Luna, Vanguardia, abril 23) o la inauguración de la nueva sede de la Biblioteca Central que lleva más casi dos meses de retraso “debido a cambios en las agendas de las autoridades de la Secretaría de Educación” (Nota de Mauro Marines, Vanguardia, abril 30) hasta librerías institucionales o semi privadas atendidas por personal sin el perfil, la disposición o el amor por los libros.
También hay que decirlo: la distribución es un asunto complejo, de proporciones titánicas. Yo mismo fui testigo como durante la pasada administración, muchos de los tirajes de mil ejemplares del IMCS sólo alcanzaron a repartirse apenas la mitad. Su coordinación editorial tuvo entonces el tino y la visión de convocar a autores y lectores a una repartición gratuita en varias etapas que casi liquidó sus saldos. O los esfuerzos de la Coordinación Editorial de la SEC, que también mediante la organización de Remates de libro en los últimos años pudo equilibrar en parte sus saldos.
Otro asunto a revisar es el de los tirajes. ¿Corresponde la cantidad de su tiraje -1000,500- expresada en su colofón al tiraje real de las ediciones públicas? ¿Por qué, por ejemplo, las ediciones recientes del IMCS –El libro de Laura Luz Morales, de Ricardo Bernal, la biografía del Cronista de la Ciudad, el de Dramaturgia de Saltillo, los cuentos de Livio Ávila no se encuentran en ningún lado? ¿Por qué a pesar de lo que dicen sus tirajes, a muchos de sus autores se les dieron apenas decenas de ejemplares y luego se les dijo que “ya no iba a haber”?
Enésima pregunta para Iván Márquez -según la página legal de muchos de estos libros, también editor de los mismos- ¿Dónde está el tiraje de tantos y tantos libros “publicados” por el IMCS en los últimos dos años?
¿Dónde quedaron los miles de libros de la librería municipal Acequia Madre?
alejandroperezcervantes@hotmail.com
Twitter: @perezcervantes7