Los mexicanos hemos canonizado en vida a nuestras madres, en muchos casos, recurriendo más a lo ideal que a lo real
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Felipe de Jesús Balderas En datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) del 2019, el 51 por ciento de la población en México se conforma por mujeres, de las cuales tres cuartas partes son madres de familia. Sin embargo, el escenario en el que vive una buena parte de nuestras abnegadas, sufridas y trabajadoras mujeres es devastador.
66 de 100 mujeres sufre violencia en cualquiera de sus múltiples formas. El 44 por ciento sufren violencia psicológica, el 26 por ciento violencia física y el 16 por ciento violencia económica. En 2019, el Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las mujeres (Banavim), reportó más de 3000 mujeres fallecidas en territorio nacional. En medio de este escenario celebraremos el 10 de mayo.
Como todas las celebraciones mexicanas, hay una marcada disfuncionalidad entre lo ideal y lo real. Lo que apuntamos en los primeros dos párrafos de esta entrega es lo real y toda la parafernalia que gira alrededor de la fiesta de las madres es lo ideal. Por supuesto, como ya lo hemos dicho, requerimos el ideal con sus analogías y todo lo que esto representa, y quien más juega y saca partido a las representaciones mentales es la mercadotecnia que sufrirá como nunca los embates de la pandemia.
¿De dónde nos viene este fervor mental que tenemos los mexicanos por las madrecitas? En principio, es natural, por eso en todas las culturas ocupan el lugar más importante en la familia. Sin embargo, por razones sentimentales, psicológicas, emocionales, románticas y culturales en nuestro País en el ámbito mental, la figura materna se ha agigantado.
Nada más de entrada, con las madres es inconcebible meternos. Como ejemplo, “una mentada” prende desproporcionadamente cualquier mecha, es lo peor que nos pueden decir y es el mejor recurso en nuestra desesperación del que echamos mano en una situación límite. De ese tamaño es la figura.
Isis, la diosa madre del panteón egipcio, era objeto de grandes celebraciones. Rea era celebrada con ofrendas florales durante tres días en Grecia, los romanos continuaron esta tradición que, por supuesto, nos llegó a través de los españoles que celebraban la fiesta por el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, ahora el Día de las Madres lo conmemoran el primer domingo de mayo. En Mesoamérica, cuando ellos llegaron, ya se celebraba.
La Coatlicue-Tonantzin representaba a la fertilidad y era adorada en el Tepeyac. Era uno de los cultos más fuertes del México prehispánico. La base que soporta el superposicionamiento de la Guadalupe-Tonantzin, la Madre del Dios por quien se vive. Peregrinar, de cualquier punto del imperio al Tepeyac, era fundamental para estar en comunión con el Cosmos. Habrá que hacer una relectura del “Nican Mopohua” del indio Valeriano.
Octavio Paz en “El Laberinto de la Soledad”, lectura obligada para cualquier mexicano, nos narra en el capítulo 4 el papel enigmático que juega la mujer en la cultura mexicana. Nos la muestra como la figura que representa la fecundidad, pero también la muerte, cita a Rubén Darío diciendo que la mujer no es sólo un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo.
La madre es fuente de vida, poder, piedad, dulzura, rigor, castigo y perdón, según Paz. Y nosotros tendríamos que agregar: y más que eso. La mayoría hemos canonizado en vida a nuestras madres, en muchos de los casos recurriendo más a lo ideal que a lo real.
Seguro que ante el cierre de panteones, florerías, pastelerías y restaurantes, y ante el enclaustramiento que experimentamos, muchos sentirán que no será el clásico y tradicional 10 de mayo.
Con todo y el 9 de marzo, día de la multitudinaria marcha, la mujer y sus derechos se pusieron en el ideario de la sociedad mexicana, pero la realidad sigue siendo desfavorable. Básico en nuestra cultura pasar de la idealización de la figura de la madre, a quien se agiganta por estos días, a la transversalización del respeto por ellas en todos los ámbitos de la sociedad y durante todos los días del año.
Ante las circunstancias actuales, se apela a la creatividad del mexicano para replantearse el papel que juegan cerca de 40 millones de madres de familia en el País y, de manera particular, en la analogía de la Tonantzin subir al Tepeyac para venerar a la madre.
Mientras que los Medina Mora, los Calderón, los García Luna, la situación de Andrés Manuel y los medios, el nebuloso panorama en el que se encuentra la economía mexicana, y el Dr. López-Gatell y los “números de la pandemia” están a todo lo que da. Así las cosas.