Los nuevos sofistas
COMPARTIR
TEMAS
La historia de la filosofía griega es la base del pensamiento occidental y ésta conformada por diversos momentos. Uno de los más importantes es el que representan los sofistas, los que aman la sabiduría. Se sitúan en la Atenas del siglo V a. C., donde para triunfar en la vida pública era importante tener una buena educación y elocuencia. Su campo era la política, el derecho y la ética. Enseñaban a los ciudadanos la retórica, la reflexión y la crítica.
Hablan de todos los temas que abordan los clásicos y quienes se distinguen son Protágoras, Gorgias, Hipias, Pródico, Trasímaco, Critias y Calicles. Se acuerdan de Protágoras, el del “hombre es la medida de todas las cosas, de la existencia de las que existen y de la no existencia de las que no existen”. Ese es un ejemplo del movimiento sofista. Un pensamiento profundo, porque el sofista es un sabio.
Abordan el tema de la igualdad universal de los seres humanos, el aporte de la forma de gobierno denominado democracia, la naturaleza política de los ciudadanos, la justicia, y algunos como Protágoras como ya lo decíamos, la unicidad e irrepetibilidad del hombre. El mismo le abona al tema del conocimiento y la percepción del mismo. O Gorgias que responde a Protágoras desde la reflexión de la esencia y la existencia. Trasímaco con su pensamiento complejo en relación a la fuerza y la justicia abonaran las tesis de Maquiavelo, Hobbes y Nietzche.
Son hombres sabios sin lugar a dudas que aportan antes y después del siglo de oro de la filosofía griega. Sin embargo, al tiempo su figura tiene connotaciones peyorativas, es decir, sus plumas o sus palabras se ofertan al mejor postor o simple y sencillamente se dedican a decir cosas que a la generalidad le gusta escuchar.
Dos mil quinientos años después el sofista, no es tan sabio, no educa, no profundiza, engaña, se renta al mejor postor y si busca sacar una mejor tajada. ¿Conoce a alguno? Los encontramos por todas partes, muchos están en los libros motivacionales, en las conferencias de autoayuda, en la academia, en temas de desarrollo humano y por supuesto en la política.
Hoy el sofista es emotivo, apela al sentimiento y a la irracionalidad. Engaña aprovechándose de la desinformación que tienen sus destinatarios. Trump basó su campaña justo en decir cosas que un buen sector de la sociedad norteamericana quería oír.
¿Por qué creen que el pobre discurso de Andrés Manuel López Obrador enciende a una buena parte de la sociedad mexicana? Porque asienta su fuerza en el agravio histórico. Su discurso no se basa en grandes verdades, si en situaciones con las que conecta con su destinatario. Sus grandes temas; la corrupción desmedida, la deuda histórica de la clase política, la situación social inaguantable, entre otras cosas. Es decir, de temas que van más en el campo de la justicia, que en el de la legalidad. Recordemos, una cosa es lo justo y otro lo legal, en el entendido que no todo lo legal es justo. Ahí ésta la liga. Por eso cuando arremete contra algunos empresarios en México, realmente lo que quiere hacer es conectar con los millones de agraviados por el sistema económico que hay en nuestro país.
Otro discurso, el más potente, el victorioso según los analistas políticos; más que por los contenidos por las formas y la retórica, es el de Ricardo Anaya. Un discurso donde lo corporal, los gestos, la habilidad, la facilidad de palabra, independientemente de lo poco consistente de sus argumentos que se basan en la ironía, el sarcasmo, la descalificación y el ataque enardece a sus destinatarios.
El discurso de Anaya tiene destinatarios particulares, una parte de la clase golpeada clase media mexicana y una buena parte de la clase alta. Es decir, sus segmento no es tan amplio como el de Andrés Manuel, pero el discurso que soporta en el temor por un gobierno prosocialista, en su lectura, y en la personalidad de su principal oponente es la principal fuerza de su retórica. Sus propuestas van en la línea de la estabilidad económica y la seguridad, que evidentemente preocupan más a un segmento social que a otro. Es decir, a quienes tienen para subsistir y a quienes viven holgadamente.
Un discurso con una debilidad argumentativa menor que la del candidato panista, a pesar de la presunción de su formación y preparación, es el de José Antonio Meade. Sume la loza pesada que carga de un indefendible partido que tiene una factura social muy alta que pagar a la sociedad mexicana y el prejuicio aumenta. Pareciera, en su discurso, que le importa más lo que haga o deje de hacer el candidato puntero, que los problemas de México. Ahí ha basado su discurso. Aunque hace gala de ser candidato sin partido, su personalidad desangelada y su discurso fundamentado en la descalificación a un candidato y a otro, sigue sin conectar entre la población. Los priistas no tienen de otra en la práctica, pero si en las urnas.
¿Qué pasaría si éstos nuevos sofistas dejarán las argumentaciones banales, flojas y poco fundamentadas y adaptaran en sus esquemas mentales el discurso de la construcción de una mejor sociedad, la implantación de la justicia y la búsqueda de la verdad ante todo? Muy probablemente tendrían más seguidores o posibles votantes.
No han entendido, ninguno de los tres candidatos que no es la ironía, la burla, la simulación, la hipocresía, el doble discurso o la descalificación lo que debe de estar en el fondo de su discurso. Ni decir lo que la gente o su gente quiere escuchar, a eso se le llama autoengaño, yo le llamo de auto-ilusión complaciente. Hacer política es dirigirse a la polis, a todos y no solamente a sus seguidores, que esos son ya por inercia público cautivo.
Importante que entiendan que no siempre el que habla más es el más consistente. Por eso se entiende el éxito en México de personajes como Cantinflas, que diciendo mucho, dicen poco o nada. Pero, de antemano, en él se admira el arte de la confusión discursiva más que el de la comunicación efectiva. Una cosa es la consistencia argumentativa y otra el decir cosas que agradan a los demás, porque el contexto ideológico, religioso o partidista los envuelve.
Requerimos argumentos sólidos, propositivos, pero sobre todo bien fundamentados. Ojalá que la clase política entendiera que los ciudadanos ya no nos chupamos el dedo y entendemos y diferenciamos el discurso injurioso del discurso racional y bien fundamentado. Como en la antigüedad, cuando algunos pensadores pasaron a ser mercenarios de los poderes hegemónicos, los nuevos sofistas están condenados al descredito y al olvido.