Los “qués” y los “cómos”
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Lo adolescente es lo que adolece. Adolece de inmadurez. Es etapa de ensayo y entrenamiento.
Es periodo de maduración, de ajuste, de crecimiento. Se da en la vida humana y en la vida también de las instituciones y de las sociedades.
Las reprimendas, las reclamaciones, los regaños, las impugnaciones se han de dar en todos los hogares.
No son útiles si están dirigidas contra la persona. Sólo son valiosas cuando se dirigen a la conducta pésima del hijo o de la hija adolescente o de alguno de los cónyuges, novatos en la vida matrimonial. Toda corrección verdadera es una declaración de amor a la persona. Es una muestra de la estima que se le tiene. Se le cree capaz de reconocimiento de errores y de rectificaciones. Se le da la oportunidad de no identificarse con sus fallas, con sus errores, con sus equivocaciones. Se le invita a observarlos para que no haya reincidencias.
La crítica se convierte en insulto, en acusación cuando el crítico sólo descalifica y humilla, desprecia y discrimina a la persona. Supone las peores intenciones sin comprobarlas. La corrección equivocada va escogiendo etiquetas que son como tatuajes. “Tú siempre” es el preámbulo para señalar lo desordenado, como si fuera una peculiaridad del sujeto reprendido.
Cuando es el amor al valor de la persona lo que impulsa al corrector, subraya la dignidad y las cualidades del actor para que su acción suene claramente a nota discordante. Se pone ante sus ojos el contraste entre la virtud que podía haber practicado y el vicio en que quedó atrapado.
Los “qués” pueden ser magníficos. Lo mejorable son los “cómos”. Se puede alabar el objetivo y no aceptar los medios que se emplean para conseguirlo. Se acepta la propuesta, pero no los estilos manifestados, los recursos empleados, las consecuencias negativas de los buenos resultados.
En hogares, instituciones y sociedad ha de imperar ese sano espíritu crítico. Sana ha de ser también la actitud receptiva que reconoce y agradece, que aprovecha y utiliza la sabiduría y la experiencia ajena para no privarse del fin anhelado.
TATUAJE TEMPORAL
Se extiende el brazo o se estira el cuello. Se descubre parte del pecho o se ofrece alguna otra parte del cuerpo. Pasa sobre la piel el aparato de tatuaje temporal. Se evitan riesgos de contagio, de dolor o la aplicación, de permanencia indefinida y errores no corregibles. El tatuado o la tatuada pueden lucir su piel en una fiesta y borrar el pseudotatuaje al ir a descansar.
Seguramente pronto será novedad viral pandémica por ahorro. Y puede dejar sin chamba a muchos tatuadores ya establecidos o menguarles su clientela.
En esta época en que se intenta cancelar lo definitivo, lo incambiable, será bienvenida esta modalidad atractiva para quienes se sienten página intacta que necesita escritura o trazo. Es culto al arte efímero, al trazo fugaz, al dibujo transitorio. Llegará a crecer el elenco de oferta hasta presentar un tatuaje para cada ocasión. Puede ser sacro, romántico, jocoso, erótico, político, cultural, decorativo o simbólico.
Ya se ha dado este proceso con la indumentaria. Es variable y adaptable al ambiente o la labor. Se aleja del uniforme y opta por las variaciones de modas, de ambientes y de ocupaciones. Algo similar encontramos también en el campo psicológico en que se dan las mascaradas y los disfraces. Como el tatuaje temporal, se va estrenando un catálogo de actitudes, de estados de ánimo. Muy utilizado esto por los políticos, los conferencistas, los presentadores o embaucadores de teatralidad casi espontánea y, claro, entre los actores profesionales.
Añadir la temporalidad al tatuaje es copiar los cambios de vestimenta y la mutante parafernalia emocional para la decoración de piel, que ya no tolera riesgo, dolor y fijeza de ser –como dicen en el rancho– “la mesma o el mesmo, siempre con lo mesmo”... ¡ja!