Luces y Navidades
COMPARTIR
TEMAS
Necesito la luz natural… Voy caminando por senderos que ya están iluminados con luces artificiales, son inflexibles como las vías del tren. Me indican a donde ir a trabajar, donde dormir, cuando enojarme y hasta de que reírme… ordenan que estudiar, con que llenar mi memoria… pero mi memoria se vacía al día siguiente del examen, de la fiesta, del trofeo… mi vida amanece al día siguiente con una sed renovada de luz natural y de nuevo aparecen otros rieles, un camino igual que el anterior…
¿Es esto la rutina de la vida? ¿Vivir sin luz propia? ¿O vivir lo ordinario con las luces naturales de la curiosidad, de la ilusión, de una búsqueda que inquieta al corazón, que rompe la comodidad de lo repetido? ¿Puede haber rutina con luz natural o la rutina mata lo poco que va quedando de humano?
El tiempo de Navidad, el tiempo de su espera y de su esperanza, es un tiempo nuevo para los niños, es su ilusión convertida en sueños, una curiosidad hecha de emociones inesperadas y anticipadas. Los pinos, los villancicos, el nacimiento y sus personajes, los recuerdos que apenas se están haciendo memorias, todavía no son rutinas inflexibles, artificiales. Tienen luz propia que nace de adentro, de la espera curiosa y de una luz tenue, personal que cree en el Niño-Dios generoso.
Para los corazones jóvenes las rutinas navideñas están preñadas de alegrías esperadas, de miradas tímidas y furtivas, de secretas exploraciones, de encuentros invisibles que confirmen su presencia, de amistades cómplices y transparentes, confidentes y solidarias en el confuso mundo del bien y del mal. Lucen luces artificiales, las presumen, pero su luz interior vive el dilema de dejar de ser o rebelarse y ensayar la aventura de ser diferente.
La Navidad del adulto está iluminada por las obligaciones y compromisos, las tareas y rutinas, los regalos y tradiciones que hay que mantener vivas, aunque haya que cenar dos veces en esa noche o viajar largas jornadas para dar innumerables abrazos y sonrisas que nacen de una luz interior que se añora durante el año y se enciende con el encuentro navideño.
La familia desde este hoy, vive la esperanza de revivir la luz de sus tres generaciones que se ha mantenido con luces de rutinas y tradiciones, en medio de obscuridades, ocasos y auroras. Los dolores y pérdidas inesperadas, las bodas y los bautizos las han convocado en días que no tuvieron el espíritu y la luz tan especial de la Navidad.
¿En qué consiste ese espíritu navideño? ¿Está vivo o la rutina insípida lo ha diluido? ¿Es ya solamente una añoranza de la familia extensa, como si fuera un archipiélago de familias nucleares sin puentes solidarios? O peor todavía, ¿ha sido sustituido por las “cosas” que se regalan por obligación y sin cariño?
Para muchas familias ese “espíritu” de la Navidad es un afecto silencioso y silenciado, que late invisible, arrinconado por el temor al rechazo o el miedo a la burla. También puede ser un amor escondido en las tres generaciones, en forma vertical u horizontal, o puede ser la erupción esperada de la alegría del amor fraterno, conyugal, filial, paternal, maternal. Una luz natural que ilumina no solo la Navidad, sino que mantiene viva la vida de la familia. Un espíritu tan invisible como lo cotidiano.