Luchonas, amazonas y senadoras…
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Publicó ENTERTAINMENT WEEKLY hace unos días su listado de los 50 súper héroes más poderosos.
Maravillosa y coincidentemente (ajá) con los 75 años del personaje, dicho listado lo encabeza ni más ni menos que Diana Prince, mejor conocida como “La Mujer Maravilla”.
Se supone que además de fuerza o habilidades especiales, los criterios a considerar para evaluar los personajes fueron su impacto cultural, la relevancia actual, diseño, originalidad, personalidad y rentabilidad entre otros.
Es fácil percatarse de que el listado es un fraude, desde que Wonder Woman no campea en ninguno de los rubros mencionados. ¿Rentabilidad? Su serie se transmitió en los años 70 y su regreso a la pantalla chica se ha desechado varias veces en el último lustro. Y así como que vigente, vigente, lo que se dice vigente, pues…
Casi al mismo tiempo, la ONU, sí, las Naciones Unidas nombraron a “Marvila” como embajadora honoraria del empoderamiento de las mujeres (cualquier cosa que ello signifique, ya sea “empoderamiento”, “embajadora honoraria” o, el mayor enigma de todos: “mujer”). Aunque lo cierto es que la decisión de la ONU no dejó contentas ni a las propias mujeres, porque usted ya sabe (hormonas). Y es que les impone como representante a una chica que no envejece, tiene cuerpo perfecto, se pasea en un traje de baño hecho con la bandera gringa y sabe manejar un jet invisible que por alguna razón nunca olvida dónde dejó estacionado.
Ok. Sí, es toda una maravilla de mujer, pero la ONU tiene una especial proclividad para la deyección y pareciera que sólo le está sirviendo de comparsa a DC Comics con motivo del próximo lanzamiento de la película de la chúper heroína. Como vemos, la tendencia a responder a cuestiones complejas con medidas cosméticas no se circunscribe a México, sino que es mundial.
Tengo que reconocer sin regateos la histórica lucha de las mujeres por una igualdad de derechos, reconocimiento y oportunidades que a casi dos décadas del siglo 21 no termina de llegar. Ello implícitamente significa que reconozco la desigualdad que desde siempre ha prevalecido en la mayoría de las sociedades.
Al mismo tiempo, repudio la argumentación de necedades que poco o nada tiene que ver con los derechos a los que toda mujer debe acceder de manera irrestricta. ¡Feminismo sí, feminazismo jamás! ¡Púchila! ¡Buácala!
Abomino de igual forma las cuotas de género. Odio así mismo que alguien se postule a un puesto público o privado bajo el único argumento de “ser mujer”.
Mujeres que han demostrado que no hay campo del quehacer humano determinado en función del sexo y que incluso se convirtieron en maestras de su especialidad, a pesar de la enconada oposición de la testosterona, hay ejemplos notables: Hipatia de Alejandía, Artemisa Gentileschi, en las ciencias y en las artes, respectivamente.
Mientras que en el ámbito político, tenemos la inapreciable fortuna de contar en Coahuila con Hilda Flores Escalera, senadora, determinada a demostrar que corrupción, servilismo, apego al poder y amor al hueso no deben ya ser vistos como atributos eminentemente masculinos, sino espacios a los que han accedido las féminas por sus indiscutibles méritos.
No exagero. La señora Flores Escalera ha tomado las candidaturas que su partido le ha encomendado y, una vez en el cargo, ha renunciado cuando sus superiores se lo han ordenado para ceder el espacio ganado a algún correligionario, traicionando a sus votantes y a las mujeres que se supone (por cuota) representaba.
Pero como legisladora local, es ella demás una de quienes aprobó la catástrofe financiera de la pasada administración. En otras palabras, ella es una de las autoras de la Megadeuda.
Y ya como senadora le asestó una puñalada a todos y cada uno de los mexicanos al rechazar la propuesta ciudadana de la Ley 3 de 3 y pasar en su lugar una versión manoseada que permite que los de su ralea se sigan enriqueciendo al amparo de la falta de transparencia y rendición de cuentas. Es decir, es una promotora del delito y la impunidad.
Pero la coahuilense, como buena guerrera y “lushona” tiene sueños, aspiraciones y no son modestas. Desde hace más de un año la priísta no deja de atosigar a los cibernautas desde su perfil en la red social con comentarios en video sobre su “quehacer legislativo” y otras trivialidades donde hace gala de su elocuencia y de la profundidad de su pensamiento (sarcasmo). Allí sus seguidores le refrendan lo bonita que es (por fuera) y lo mucho que trabaja por el bien común.
Como era de anticiparse, todo era un preámbulo para destaparse como precandidata a la Gubernatura del mismo Estado al que ella tanto ha contribuido a socavar hasta dejarlo hecho una carcasa pudriéndose a la desértica intemperie. Y desde su emocionantísimo informe, Hilda anunció sus aspiraciones que no son otras sino suceder a Rubén Moreira en el desprestigiado cargo del Ejecutivo Coahuilense.
Bien, sus aspiraciones son tan legítimas o tan cuestionables como las de cualquiera en su condición, así que si busca participar en el proceso en igualdad de condiciones, justo es que tampoco reciba —por el mero hecho de ser dama— ninguna concesión especial, al menos, no en lo relativo a sus antecedentes y actuación como servidora pública.
Para bien o para mal, Hilda Flores nos demuestra que en política no hay espacio al que alguien, por su condición de mujer, no pueda acceder, así sean los oscuros y retorcidos senderos de la paulatina y sostenida destrucción de Coahuila.
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