México: ¿en el centro de la campaña?
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Resulta difícil recordar un momento en el cual nuestro País haya sido tan mencionado dentro de un proceso electoral en los Estados Unidos, como lo es ahora por los principales aspirante a la silla presidencial de ese país. Aunque el hecho de ser tan mencionado, no necesariamente implica que podemos sentirnos orgullosos o satisfechos de ello.
Y no es que México y su importancia como vecino y socio comercial sea ignorada por la clase política estadounidense. Es que la relación bilateral ha estado largamente caracterizada por una mezcla de “amor-odio”.
Porque, al mismo tiempo que deben reconocer la importancia de México, los políticos estadounidenses deben hacer esfuerzos de equilibrio en su discurso para darle cabida a aquellas cosas de nuestra realidad que les preocupan o abiertamente les disgustan, lo cual exige una dosis de diplomacia y “mano izquierda” que impida cruzar los límites de lo permisible.
En este contexto, quizás Donald Trump ha sido el único actor relevante de la política estadounidense moderna que ha prescindido de tal fórmula y se ha lanzado a expresar opiniones políticamente incorrectas que, de cualquier forma, no han despeñado sus aspiraciones, sino al contrario.
En el lado opuesto, si bien Hillary Clinton ha utilizado el discurso de Trump hacia México para diferenciarse de él frente al electorado, no puede prescindir de realizar señalamientos en torno a determinados aspectos de nuestra realidad cotidiana que constituyen motivo de alerta.
Un buen ejemplo de ello lo constituyen las declaraciones que la demócrata dio a la revista Forbes Latinoamérica en una entrevista que aparecerá en un número de próxima publicación pero que ayer fueron adelantadas por la misma. Allí, Clinton manifiesta preocupación por la realidad de “tortura, muertes y desapariciones forzadas en todo el País”.
Los planteamientos de ambos candidatos anticipan pues que el “tema México” en la agenda de la próxima administración estadounidense implica voltear a ver los aspectos de la vida pública de nuestro País que también constituyen una de las principales preocupaciones domésticas.
Es normal que así sea: la existencia de área de “anormalidad” en el territorio de nuestro país no puede pasar inadvertida por nuestros vecinos porque, tal como lo refleja puntualmente la realidad, las conductas delictivas no son un fenómeno exclusivo de nuestro territorio, sino que constituyen fenómeno transnacionales que requiere, para ser enfrentados con éxito, política de la misma factura.
Estamos pues inscritos en la agenda política de los Estados Unidos y podemos estar seguros que nuestro País ocupará un renglón relevante en la agenda de la próxima administración.
La gran interrogante es si tal hecho constituye un motivo de júbilo o de preocupación, y si es posible diseñar y poner en marcha una estrategia que nos permita ser mucho más simples espectadores del desarrollo de este episodio de la historia.