México a la mexicana
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El Padre Bernardo Bergoend, sacerdote jesuita, francés de nacimiento, fundó en México la ACJM, Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Gallarda historia fue siempre la de esta agrupación, muchos de cuyos integrantes dieron la vida por su fe.
Bergoend nació en Annecy, Alta Saboya, en 1861. A los 28 años de edad ingresó en la Compañía de Jesús. Fue enviado a España y de ahí vino a México en calidad de maestro. Por algún tiempo enseñó en varios colegios de su Orden, pero en 1907, hallándose en Guadalajara, sintió preocupación por las injusticias que sufría la clase trabajadora. Con permiso de sus superiores organizó en Guadalajara, en 1907, unos ejercicios espirituales para obreros. En el curso de esos ejercicios el joven jesuita habló más de la cuestión social que de asuntos espirituales. Terminó su último sermón con esta frase: “... La elevación de ustedes, obreros mexicanos, debe ser ante todo obra de ustedes mismos...’’.
Con esa acción empezó el trabajo del jesuita francés en México. Orientó la fundación de un “Partido Católico Mexicano”, y propició la creación de Cajas de Ahorro tanto en las ciudades como el campo. Tenía decidida vocación social el Padre Bergoend.
Por ese tiempo a muchos prelados les inquietaba la actitud de Monseñor Filippi, Delegado del Papa en México. En forma casi secreta Filippi había llegado con el gobierno a una especie de concordato, para lograr el cual hizo una tremenda concesión: cuando una sede episcopal quedara vacante el Presidente propondría al Papa una terna para que de ella saliera el nuevo Obispo. “...La consecuencia de esto -pensaron con alarma algunos jerarcas- será la formación de un ‘episcopado gubernamental’ comprometido a acatar los caprichos de los enemigos del catolicismo...’’.
Fue monseñor Filippi quien bendijo el monumento a Cristo Rey erigido en lo alto del Cerro del Cubilete, en Guanajuato. Cuando se hallaba en la estación del ferrocarril en León, esperando el tren que debía llevarlo de regreso a la Ciudad de México, recibió un telegrama en el cual se le comunicaba que el Gobierno de la República había decretado su expulsión. A pesar de estar en buenos términos con las autoridades, el acto de bendecir la imagen de Cristo Rey fue considerado una provocación de la jerarquía católica. El gobierno reaccionó ordenando la inmediata salida de Filippi.
Al día siguiente algunos sacerdotes manifestaron públicamente su indignación por el súbito destierro del prelado. Pero monseñor Emeterio Valverde y Téllez, obispo de León, los hizo llamar y les pidió silencio. Les dijo:
-La determinación del Gobierno de arrojar del país a monseñor Filippi es el primer milagro que nos hace Cristo Rey desde su monumento nacional.
En efecto, don Emeterio estaba convencido de que los acuerdos del Delegado papal con el Gobierno lesionaban en forma grave el interés de la Iglesia en México. La misma idea tenía el Padre Bergoend. Él juzgaba que la política del Vaticano iba en contradicción con la situación que guardaban en México las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
-Los asuntos de México -solía decir a sus discípulos- deben arreglarse a la mexicana.
Por desgracia ese “arreglo a la mexicana” consistió en la famosa guerra de cristeros, uno de los más cruentos –e inútiles- episodios en nuestra historia. Sus malas consecuencias siguen todavía: hace algún tiempo vi una película sobre la cristiada que es un verdadero bodrio cinematográfico del cual lo único que se puede rescatar es la espléndida actuación de Peter O’Toole.