Mi Roma, tu Roma
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Roma, nueva película de Alfonso Cuarón, ha atraído la atención por distintos motivos. Se comenta que puede ser digna de un Oscar; generó polémica por su esquema de distribución (en Netflix principalmente y no en salas de cine); la actriz protagonista acaparando reflectores; toca el tema del rol y relevancia del servicio doméstico en la clase media, media alta y alta; hasta el Cruz Azul (mejor equipo de México si me preguntan) tiene presencia en la película. Sigo tratando de decidir cuándo verla, con quién y en qué formato. Entonces, ¿cómo es que sin haber visto Roma pretendo escribir las siguientes líneas con la película en mente?
La avalancha de información que nos rodea moldea la forma en que pensamos sobre uno u otro tema. Así con Roma, no he visto la película y siento que ya leí el libro, pero más relevante o hasta curioso es que tengo en mi mente una versión de Roma hecha a mi medida. Con las críticas, comentarios, memes, cortos y polémicas, mi cerebro ha ido imaginando una película que será una competencia desleal a la de Cuarón, ya que difícilmente la de la pantalla mejorará lo que mi imaginación, mezclada con mi memoria, ha puesto en mi mente.
No necesitamos a Cuarón, a Hollywood, a un actor o actriz principal ni efectos especiales. Tal vez todos podemos imaginar nuestros guiones basados en nuestra versión de nuestra vida y la memoria de aquello que recordamos con una sonrisa en la boca o con una lágrima en los ojos. Mi Roma o tu Roma puede ser más o menos nostálgica, más o menos optimista, más o menos crítica de mi pasado que la de Cuarón. Seguro no tendremos el interés de Netflix, pero nos ayudará a ejercitar la memoria y entender de dónde venimos.
Mi Roma tendría un nombre distinto y se desarrollaría en los lugares donde crecí. Se llamaría La Granja, Mina, Morelos, San José o Cumbres. La Granja, en honor a Monclova y días que parecían de más de 24 horas, rodeado de primos Felán y De Nigris, donde un día normal incluía jugar beisbol, futbol, escondidas, carreras de varitas en la acequia, peleas (clandestinas supongo) de gallos y tiro al blanco. Mina o Morelos por las dos calles donde crecí. Esa manzana en el centro de Saltillo era mi dominio. El gusto de ver a don Pancho y la señora Yolanda con su eterna sonrisa en la zapatería de la esquina, mientras iba de calle a calle; las tardes en la Joyería Italiana viendo a mis abuelos y a mi tío Lato detrás del mostrador, mientras me dejaban “arreglar” relojes o coleccionar timbres postales de principios de siglo almacenados en el ático. Por cierto, ¿alguien sabe dónde quedó la silla de madera en la que se sentó el tenor Enrico Caruso? Tendría escenas del desfile chusco de la UAAAN. San José, por aquel rancho donde la felicidad era jugar lotería con la abuela Estela, “nadar” en una acequia con agua helada, sembrar los únicos dos árboles en kilómetros a la redonda, o perseguir en motocicleta al camión que llevaba la cosecha de alfalfa hasta la planta deshidratadora. Cumbres, la escuela donde hice amistades para toda la vida y donde tuve maestros a quienes les estoy eternamente agradecido (Porras, Hinojosa, Sánchez, Oyervides, Recio, Viso), aunque no sé cómo dejaban que Javier saltara sobre seis de mis amigos en su moto durante el desfile del 20 de noviembre.
Cualquiera de las versiones empezaría con una toma del atardecer color rosa mientras manejábamos a través de La Muralla un viernes rumbo a Monclova; tendría a Julio Iglesias cantando en el fondo. Incluiría escenas de Múzquiz y Manzanillo (lugares donde estuve cerca de morir antes de los 15 años). Creo que en estos tiempos en que la actividad se reduce puede ser un buen ejercicio voltear hacia atrás y ver tu propio Roma. Ya después comparemos notas con la Roma de Cuarón.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com