Mirador 05/08/17
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La tierra cambió su vestido gris por uno verde nuevo.
Llovió, llovió por unanimidad y la lluvia cambió el color del mundo.
¿Sabes a qué huele la tierra mojada? Huele a Dios. Con la lluvia el dueño de la vida dice que seguirá habiendo vida. A la música del agua responde la voz de las criaturas: las vacas mugen; relinchan los caballos y el asno lanza al aire su estentóreo rebuzno wagneriano.
Hacía mucho tiempo que las mujeres no cantaban. Ahora cantan. Hacía mucho tiempo que los niños no reían. Ahora ríen. Los hombres callan –aquí en el campo los hombres siempre callan– pero no tienen ya el rostro como la tierra seca.
Las pencas de nopal son un espejo. Las paredes de adobe parecen cubiertas con láminas de plata. En cada aguja de cada rama de cada pino hay una gotita de agua que se diría hecha de vidrio.
Yo no sé qué decir ante esta lluvia tan largamente esperada, tan cortamente agradecida. Si pudiera hacer llover haría que lloviera sobre Dios, para qué él se pusiera tan feliz como las vacas, el burro y los caballos; como las mujeres, los niños y los hombres; como yo.
¡Hasta mañana!...