Mirador 07/08/19
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Casi nunca se le ve en la calle.
De vez en cuando –dos o tres veces en el mes– va al súper en taxi, y en taxi vuelve sin tardanza con las compras que necesita hacer.
Nadie sabe cómo se llama. Las vecinas que en ocasiones la saludan le dicen Tila, pero ignoran a qué nombre corresponde ese diminutivo. Tampoco pueden calcular su edad: lo mismo puede tener 30 años que 50.
No es fea ni bonita. No es alta ni baja. No es robusta ni delgada. Es, simplemente, Tila.
Se dedica a cuidar a su padre, pues su mamá murió hace tiempo. Tila tenía novio, pero cuando el muchacho le propuso matrimonio le dijo que se irían a vivir a otra ciudad. Entonces ella lo dejó para no dejar solo a su padre. A él ha dedicado toda su vida. Para él ha vivido. Por él no ha vivido. Cuando su padre muera ella seguirá viviendo sin vivir.
Tiene que haber un Cielo para Tila y para los que son como ella. Tiene que haber un Cielo para aquellos que renunciaron a su vida para cuidar otra vida.
Tiene que haber alguien que sabe cómo se llama Tila.
¡Hasta mañana!...