Mirador 13/02/18
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En mis andares de juglar escucho historias que parecen cuentos y cuentos que tienen realidad de historia.
Me dicen de un curita mexicano que fue enviado a una ciudad de Estados Unidos en la que había una nutrida población hispana. El tal cura no podía ver a “los gabachos” –así llamaba él a los norteamericanos–, y en sus sermones tronaba contra ellos por esto y por aquello.
El obispo de la diócesis se enteró de las diatribas del presbítero; lo hizo llamar y lo reprendió severamente. No debía hacer diferencia entre hispanos y sajones, antes bien había de acercarse más a sus parroquianos estadounidenses y procurar servirlos.
El padrecito obedeció. Al día siguiente puso en la puerta de la casa parroquial este letrero: “A partir de mañana se darán aquí clases gratuitas de Español a alumnos norteamericanos. Único requisito: que tengan 90 años de edad o más”.
El obispo le preguntó, extrañado:
–¿Por qué el requisito de los 90 años?
Explicó el padrecito:
–Los de esa edad llegarán pronto a la presencia del Señor, y será bueno que entiendan el idioma en que les va a hablar.
¡Hasta mañana!...