Mirador 21/09/2019
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Esté medico atiende a los pacientes de un dispensario de la beneficencia pública en el barrio de Peralvillo de la Ciudad de México. Quienes acuden a él padecen enfermedades venéreas, y el médico les administra los precarios remedios de su tiempo, los mediados del pasado siglo: yodoformo, éter y el llamado Neosalvarsán.
El doctor tiene una enfermera asistente que se llama Pachita, y un pasante de Medicina que ahí hace sus prácticas. Con el estudiante el médico habla de literatura, pues el muchacho aspira a escribir una novela; a Pachita la escucha hablar de las minucias de su casa, de los chismes del vecindario, de los artistas de moda.
Este médico estuvo en la Revolución. “Anduve con los otros –dice–, no con éstos”. ‘Éstos’ –contaría después aquel pasante– eran los triunfadores vía Carranza-Obregón-Calles. ‘Los otros’ eran los suyos. Los villistas”.
Este médico es Mariano Azuela, uno de los más grandes escritores mexicanos del pasado siglo. Sus obras se tradujeron a medio centenar de idiomas. Y ahí está, en un dispensario público de barrio, con un salario miserable, curando enfermedades venéreas con éter, yodoformo y Neosalvarsán.
¡Hasta mañana!...