Mirador 22/04/2021
COMPARTIR
TEMAS
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que enfermó de gravedad, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre– y continuó:
—Algún día los clérigos deberán pedir perdón al cuerpo por la forma en que lo han tratado. En que lo han maltratado. Lo han sometido a continuos ayunos y abstinencias, a absurdas mortificaciones, a dolorosas penitencias. Y el pobre cuerpo ninguna culpa tiene de sus retorcimientos de alma, de sus laberintos de mente, de sus complicaciones de espíritu.
—El cuerpo –siguió diciendo Jean Cusset– es creación divina, y merece por tanto respeto y consideración. Es sagrado; hemos de darle el mismo valor que concedemos a nuestra parte espiritual. Cuerpo y alma no se oponen, antes bien se complementan. Lo que daña a uno daña a la otra, y viceversa. Cuidemos de nuestro cuerpo para que esté bien nuestra alma. Cuidemos de nuestra alma para que nuestro cuerpo esté bien.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...