Mirador 23/12/19
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Desde que mi esposa y yo nos casamos hemos comprado cada año un nacimiento.
Los tenemos de todos los tamaños, desde uno que cabe en un huevecillo de codorniz hasta otro con figuras de estatura humana talladas por sabios artesanos de Tonalá, Jalisco.
El nacimiento que estoy mirando ahora es de barro, el mismo material del que estoy hecho yo. En él aparece un ermitaño orando de rodillas en su cueva. Sobre la gruta está el demonio. Al lado del espíritu maligno, Eva se inclina para ofrecer al ermitaño su manzana, la de la tentación.
No faltará quien tache a esa imagen de misógina, pues la mujer aparece como cómplice del diablo para perder al hombre. De hecho mis nietas mayores me han pedido que la quite del nacimiento y la refunda en algún rincón. Yo, hecho a la antigua hechura, les digo que sí, pero no les digo cuándo. Y ahí siguen el hombre, la mujer y el diablo, los mismos siempre, juntos los tres, lo mismo en los escritos de los teólogos que en la imaginería popular.
¿Misóginos los teólogos? ¿Misóginos los imagineros? No sé… Lo que sí sé es que sobre todos ellos –sobre todos nosotros– está el Niño Dios.
¡Hasta mañana!...