Mirador 27/06/20
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Aquel ventrílocuo llegó a un pequeño pueblo. Entró en la cantina del lugar en compañía de un perro. Le indicó el cantinero:
—Perdone, amigo. Aquí no se puede entrar con perros.
Replicó el otro:
—Mi perro no es un perro cualquiera. Es un perro parlante, un perro que habla. A ver, Firuláis: saluda al señor y dile lo que vas a tomar.
El ventrílocuo fingió la voz del perro:
—Buenas noches. Sírvame por favor una cerveza.
El cantinero, estupefacto, atendió la orden. En seguida le dijo al dueño del caniche:
—Véndame el perro. Le doy lo que quiera por él.
El hombre le pidió 5 mil pesos por el animalito, y el tabernero los pagó gustoso. El perro sería un gran atractivo para su clientela. Habló entonces, supuestamente, el can:
—¡Qué ingratos son los hombres! Me venden y me compran como si fuera yo una cosa. En castigo jamás volveré a hablar.
Cuando reaccionó el cantinero el ventrílocuo ya se había marchado a toda prisa en su automóvil.
Éste es un cuento, claro. Aun así yo preferiría ser el que compró el perro, y no el que lo vendió.
¡Hasta mañana!..