Mirador 29/05/20
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Aquel día San Virila no hizo ningún milagro. No convirtió en panes las piedras del camino, ni dio alas al ratoncillo al que iba a comerse el gato, ni hizo que ardiera el fuego en el hogar aunque no había leña en él. Explicó:
-El nuevo día ya es milagro suficiente.
Sucedió, sin embargo, que una mujer llegó llorando. Le contó entre lágrimas:
-Mi marido es un borracho, padrecito. Tiene buen vino, es cierto. Cuando bebe me lleva flores y regalos, me hace cosas que no son para tus oídos. Pero por su embriaguez nunca trabaja. Yo soy la que debo mantener la casa.
Virila buscó al esposo y puso la mano sobre él. Desde ese día el sujeto dejó de tomar.
Días después la mujer acudió de nuevo ante el frailecito. Le dijo:
-Desde que mi marido dejó el vino tiene un humor de los demonios. Me maltrata, se acabaron los regalos y las flores y ya no me hace cosas que no son para tus oídos. Haz que vuelva a beber.
Mientras buscaba al hombre iba pensando San Virila:
-¿Quién les entiende?
¡Hasta mañana!...