Morena, el tsunami que se volvió ventisca por su propia incapacidad
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Llevará un buen tiempo, todavía incalculable, sanar las heridas –sanitarias, económicas y sociales– que 2020 está provocando en un País que, a lo largo de su historia, se ha caracterizado por su propensión a atorarse en el nocivo bucle de las crisis: no bien va saliendo de una, cuando ya se está empantanando en otra. Pero en el ámbito de la política mexicana actual, sería tremendamente insulso achacarle a la naturaleza caótica de este extraño 2020 la degradación de la figura presidencial, porque esa no ha sido obra de la casualidad ni de algún designio ultraterreno: que la aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador esté yéndose en picada (y quizá muy pronto vaya a tener que recoger los jirones rotos de un movimiento con el que arrasó en las urnas capitalizando el hartazgo de una ciudadanía cansada de la ineptitud de sus antecesores) ha sido consecuencia de sus propios yerros y necedades.
Hace apenas dos veranos, la fuerza de Morena se comparaba a la de un tsunami que no dejaba ni brizna de oposición: los 30.11 millones de votos, es decir el 53.19 por ciento de los electores que tacharon en la boleta el nombre de AMLO, convirtieron al proceso de 2018 en el menos reñido de la historia. El también llamado “efecto AMLO” hizo que Morena ganara incluso en distritos donde ni siquiera había registrado candidatos: se votaba en masa, prácticamente en automático, por una opción que se cansó de prometer un cambio verdadero. Hoy ese tsunami corre el riesgo de volverse un oleaje de charco, una ventisca inocua apagada en su propia incapacidad. Y es que, como no había ocurrido, la aprobación del mandatario federal acumula ya 15 semanas consecutivas a la baja. El año lo empezó, según diversas encuestas, con un promedio de 58.7 por ciento de aprobación, con todo y que ya arrastraba episodios terribles como el Culiacanazo, la tragedia de Bavispe y una escalada violenta que convirtió a 2019 en el más sangriento de la historia con casi 36 mil asesinatos. Hoy, la aprobación llega a 46.5 por ciento. Hace un año, por ejemplo, el porcentaje aprobatorio a favor de AMLO rondaba el 80 por ciento.
La reciente encuesta de El Financiero, por ejemplo, le otorgó al Presidente una aprobación del 60 por ciento en marzo pasado, cuando en diciembre de 2018, el primer mes de su gobierno, el porcentaje era del 77 por ciento. Claro, estamos hablando de un momento en el que AMLO todavía estaba en plena luna de miel con el electorado y apenas arrancaba su gestión, con todo y que ya había ocurrido la infumable primera votación patito con la que canceló el aeropuerto de Texcoco, siendo todavía presidente electo.
Pero la encuesta va más allá al radiografiar cómo se ha venido degradando Morena a ojos del electorado: el partido del Presidente apenas capta hoy un 18 por ciento en la intención de voto para 2021, cuando sus números eran de 33 por ciento en enero de este año y de 46 por ciento en febrero de 2019. Además, el porcentaje de ciudadanos que tienen una opinión “buena o muy buena” de Morena bajó del 52 por ciento en el primer mes del sexenio al 31 por ciento al día de hoy. Al mismo tiempo, el porcentaje de quienes tienen una opinión “mala o muy mala” del partido del Presidente se duplicó al pasar del 18 por ciento en diciembre de 2018 al 36 por ciento hoy. Pero también sería injusto atribuirle la totalidad de la culpa sólo al ejecutivo federal; los equívocos, ineptitudes y ausencias en momentos críticos de quienes integran, desde las posiciones de poder, ese conglomerado disfuncional que es la cuarta transformación, han tenido su trozo de responsabilidad. Y esto se refleja en un dato lapidario: la aprobación hacia el partido cayó de un 44 por ciento en diciembre de 2018 a un 18 por ciento en marzo pasado.
Pero a pesar de todo, el pasmoso declive de Morena no necesariamente implica que la oposición, difusa y afantasmada, se esté fortaleciendo: ese residual 18 por ciento de intención de voto de Morena ya lo quisiera el PAN que apenas logra un pobre 10 por ciento, y el PRI atorado en un ridículo 8 por ciento. Ese es otro componente decisivo de la ecuación: los puntos que pierde Morena se van al limbo de electores indecisos, que crecieron del 44 al 59 por ciento de enero a hoy. Algo debe significar para la historia democrática de México, tan llena de relatos infelices, que la población indecisa sea mayoría.
Por lo pronto, en este caso hay dos cuentos: el del tsunami que se volvió ventisca y el de una oposición que confirma su calidad de polvo.
@manuserrato
Manuel Serrato
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