Mujeres en la calle
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Decir que una mujer es “de la calle” tiene matiz insultativo.
Actualmente las servidoras íntimas no tienen ya esas rondas callejeras que parecían caracterizarlas, no hace tanto. La calle ha sido siempre importante para la mujer. Porque es lugar de lucimiento, de encuentro en los itinerarios peatonales. Y aún en los mecanizados y rodantes, como fue costumbre en esta ciudad, en el paseo de doce en la calle Victoria. Los automóviles iban y venían rodeando la Alameda y todos los rostros pasaban ventaneando.
Al atardecer, transitaban por las calles las jóvenes hacia la Plaza de Armas en que había música y caminata circulante para cruzar miradas y hasta requiebros sin acoso, en gracioso piropeo que arrancaba sonrisas. Para la raza estudiantil la calle era el cauce del trote ligero, con libros bajo el brazo, porque aún no se usaban las mochilas.
El uso solemne de la calle se daba en los desfiles. Se marchaba sobre el pavimento. Y además de las que avanzaban marcando el paso, destacaban las chicas que integraban la banda de guerra y las abanderadas, bien escogidas por su majestuoso desplante.
El hombre empezó a usar la calle para la manifestación. La ineficacia y la lentitud institucionales para cualquier trámite congelaban o retardaban las soluciones. Obreros y campesinos, maestros y hasta médicos usaban la calle para manifestación. El hermetismo de las oficinas burocráticas hacía imposible el diálogo. Quería lograrse todo a base de gritos y pancartas, en plena vía pública, represando el tráfico. Se hicieron violentas algunas manifestaciones. Ya no eran sólo gritos sino destrozos. Y se subrayó el anonimato con los rostros enmascarados. Radicales o infiltrados desprestigiaban los plantones y las marchas por las pintas, las ventanas rotas y los vehículos quemados.
Y el 25 de noviembre las mujeres en CDMX y otras ciudades del territorio nacional salieron a la calle en manifestación que se anunció pacífica. La guardia, sin embargo, se mostró presente, con gruesos escudos de plástico, en algunas arterias especialmente vulnerables. Las mujeres usaron la calle para manifestarse contra la violencia creciente. Salieron a hacer multitud y clamor en defensa propia. Más que entablar un diálogo buscaban hacer conciencia. Su reclamo unánime se convierte en un mensaje que no puede ser desoído.
Ya no es sólo exigir respeto igual para los derechos básicos en general. La sociedad toma conciencia de que lo que está en riesgo es la vida de quienes se consideran débiles o pequeños. Las niñas por nacer no pueden usar la calle para manifestarse. Son mujeres también que experimentan el riesgo de morir violentamente porque no las dejan nacer, negando su dignidad humana.
Las manifestantes no son mujeres de la calle sino mujeres en la calle, ya no para lucir o pasear o desfilar sino para denunciar. La violencia mediática de la pornografía es presentarlas sólo como instrumento de placer. El hombre se vuelve violador y asesino, con una masculinidad devaluada que no alcanzan la medida del respeto y del amor.
Podrá haber coloquios valiosos y mejores legislaciones, pero lo más admirable de todas las que dejaron sus hogares, para estar presentes en la marcha, es su servicio a la conciencia colectiva contagiada por corrientes vírales de manipulación inhumana. El mejor fruto puede ser mayor respeto a la propia vida y a la ajena, la del prójimo más próximo y, especialmente, a la vida inocente e indefensa...