¿Mundo nuevo? Reflexiones de fin de año
COMPARTIR
TEMAS
La vida es cíclica como las estaciones. Las épocas de frío llegan y se van igual que el calor. Los días se acortan en invierno y se alargan en verano. Las flores, las frutas, las hojas de los árboles nacen y mueren cíclicamente; las aves migran y regresan. Entre los ciclos destaca el de la luna porque se renueva con más frecuencia, desaparece y paulatinamente empieza a brillar hasta que se presenta llena en todo su esplendor para luego decrecer, agonizar y desaparecer. Y todo coincide con la posición de los planetas en el cielo. Hace días vimos la “Estrella de Belén”, la misma que sirvió de guía a los Reyes Magos hasta el pesebre del niño Jesús, astronómicamente la gran conjunción de Júpiter y Saturno muy cerca de la Tierra, y volvió a acontecer después de más de 800 años. La aparición de la “Estrella de Belén” es posiblemente el anuncio de un nuevo mundo, una forma de vida diferente a la conocida.
Los calendarios son cíclicos. Los antiguos hebreos celebraban el séptimo año y para comenzar el nuevo ciclo se perdonaban las deudas, se liberaba a los esclavos y los contratos perdían su validez. El mundo prehispánico denominaba los días nefastos a un periodo extra de cinco días de tregua y expiación antes de iniciar cada año nuevo, y cada cierto número de años se destruían todas las cosas para comenzar una vida nueva en un nuevo ciclo. Los aztecas revestían el año nuevo de solemnidad, miedo y penitencia. Dejaban extinguir el fuego que había ardido todo el año en sus casas y sus templos, rompían todos los objetos de uso cotidiano y enseres domésticos, y durante la noche y hasta el amanecer mantenían a los niños caminando para evitar que las sombras los convirtieran en ratas.
El COVID-19 se ha convertido en azote de la humanidad y amenaza de la vida. Como los niños aztecas, una parte mínima de la población de Saltillo se está cuidando de las sombras para no convertirse en sombra, mientras que una gran mayoría ya desechó el temor de la pandemia y sin seguir la recomendación de salir sólo a trabajar y a lo más esencial, se pasea y sale de compras y se reúne en fiestas como si nada pasara. Ya sucedió en la Navidad y los días previos, las noticias dieron cuenta de la aglomeración en las calles y los comercios de la ciudad. Las noticias darán cuenta de los nuevos contagios.
La vida es otra. No queremos vivir en un mundo raro, como el de la canción, donde no se sabe del amor ni del dolor y donde nunca se llora. Si no queremos darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad, jamás nos cuidaremos. Es tiempo de cuidarse y de pedir, como pedían con rezos y ayunos a sus dioses los aztecas, para que renovaran el tiempo y les permitieran vivir un nuevo ciclo. Pidamos, cada quien a su manera, que se renueve el tiempo y que aprendamos a adaptarnos para vivir un nuevo ciclo.
La pandemia impone la distancia. Hoy puede atenuarse con nuevas prácticas que acercan a las personas y que no son privativas de las juntas de trabajo de las empresas y los gobiernos. Así como ciertos trabajos pueden hacerse desde la casa, como la educación se imparte a distancia y las compras se hacen en línea, siempre que se tenga un celular o una computadora y una señal de internet, también las nuevas tecnologías ofrecen a las familias y los seres queridos la oportunidad de acercarse mediante las plataformas digitales de reunión y encuentro a distancia. A partir de la pandemia debieran ser parte de la conciencia de vulnerabilidad de las personas.
Los ciclos tienen un sentido expiatorio, no totalmente consciente. En el fondo se piensa que el año que inicia brinda la oportunidad de ser mejores. De ahí la costumbre de hacer propósitos para el Año Nuevo y la promesa de trabajar para mejorar y obtener mejores condiciones de vida. ¿Cuidarse y seguir las recomendaciones estará entre los propósitos que se haga usted la noche del jueves al inicio del nuevo año? Es lo más recomendable.