Navidad: convirtámosla en nuestra guía permanente
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Las sociedades humanas se construyen a partir de símbolos y estos, según demuestra claramente la historia, han sido siempre mucho más poderosos que cualquier otro producto de la inteligencia individual o colectiva.
Y los símbolos son poderosos porque son el instrumento más eficaz en el propósito de lograr que los seres humanos coincidamos en torno a objetivos comunes, que acordemos metas colectivas o que renunciemos a conquistas individuales en favor de ideales grupales.
Los símbolos también pueden lograr el efecto contrario, es decir, dividirnos e incluso confrontarnos a partir de considerar que la idea en torno a la cual se une un determinado grupo es “superior” a la de otros o, peor aún, que dota de legitimidad para destruir aquello en lo que los demás creen.
Por ello, entre todos los símbolos que las distintas civilizaciones han decidido adoptar, aquellos que concitan los sentimientos más nobles, característicos de nuestra naturaleza, son los que están llamados a perdurar en el tiempo y a convertirse en fuente de concordia y buena ventura.
Destaca en este catálogo la Navidad, que para un amplio segmento de la humanidad es, por antonomasia, el símbolo de la paz, la unidad, la generosidad, la solidaridad, el desprendimiento, la convivencia más armoniosa y todos aquellos valores que nos hacen llamarnos individuos civilizados.
Más allá de nacionalidades, de ideologías políticas, de adhesiones filosóficas, de fanatismos deportivos, de orígenes étnicos e incluso de profesiones religiosas, la Navidad es un momento que nos convoca a desplegar lo mejor de nosotros mismos y entregarlo generosamente a los demás.
Abundan por ello los llamados a conservar la esencia de esta fecha a lo largo del año, pues todos podemos ver claramente cómo podríamos construir ese mundo mejor al que aspiramos con tan sólo prolongar individualmente la disposición que este día tenemos para ver a los demás como semejantes, como iguales, como el prójimo que no me es desconocido.
En VANGUARDIA, como cada año, hacemos votos para que esta Navidad llegue hasta usted pletórica de bienaventuranza y que, más allá de los elementos materiales con los cuales se adorna la festividad, ésta deje en usted y los suyos la huella perenne de lo más valioso que podemos recibir: el amor y el afecto de nuestros seres queridos y de todos quienes nos rodean.
Hacemos votos también por que seamos capaces de prolongar los efectos del espíritu que nos envuelve en esta fecha y que eso nos ayude a retomar, con mayor ahínco y dedicación, las tareas cotidianas que a todos nos corresponde realizar para contribuir a la construcción de una realidad mejor.
Navidad procede del latín nativĭtas, nativātis, que significa “nacimiento”. Que hoy nazca en nosotros la determinación de convertir al símbolo de esta fecha en el faro que nos guíe siempre al encuentro recurrente con lo mejor de nosotros mismos. Y que esa misma fuerza nos impulse a dejarlo escapar, sin reticencias, todos los días del año.
¡Feliz Navidad!