Nican Mopohua
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El indio Valeriano dejó esta crónica de las apariciones guadalupanas.
Con lenguaje sencillo de aquella época va contando la secuencia de los acontecimientos. Los diálogos presentados tienen una frescura de irradiante autenticidad.
“El náhuatl, así como el griego y el alemán, son lenguas que no oponen resistencia a la formación de largos compuestos a base de la yuxtaposición de varios radicales, de prefijos, sufijos e infijos, para expresar así una compleja relación conceptual con una sola palabra que llega a ser, con frecuencia, verdadero prodigio de «ingeniería lingüística»”, dice Miguel León Portilla.
El “Nican Mopohua” fue escrito entre 1545-1548. Antonio Valeriano fue un indígena noble y sabio que se educó en el Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco, fundado en 1536 por los franciscanos, entre los que destaca también el obispo fray Juan de Zumárraga. Fue un instituto contemporáneo de San Juan Diego.
Las apariciones fueron en la Octava de la Inmaculada Concepción, en el tiempo litúrgico de Adviento. Los indígenas captaron que aquello sucedió en el solsticio de invierno de aquel año de 1531. Ese año era reconocido como 13 caña, es decir, Tlahuizcalpan que significa “rumbo de la casa de la Luz”. Inicia un nuevo día, una nueva era, llena de la sabiduría de Dios”. También el lugar fue significativo: La Virgen pidió su templo, su “casita sagrada” en el llano del Tepeyac, que significa “en la raíz de lo sagrado”, es decir, en lo verdadero y bien sustentado de lo divino.
Todo esto, además se dio en la fiesta más importante que era llamada: Panquetzaliztli. El fraile del siglo 16, fray Toribio de Benavente, Motolinía, declara que era la “Fiesta Principal” entre los indígenas, ya que era como la “Pascua indígena”. Eran muchos elementos que los indígenas supieron interpretar, y esto también les “hablaba” de la importancia y lo gozoso del Evento Guadalupano. Fue una verdadera y perfecta inculturación.
Leamos algunos fragmentos.
“Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
“Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy su piadosa madre. De ti, de todos ustedes juntos los moradores de esta tierra y de los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen, deseo oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
“Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.
“Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo recompensaré porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.
“Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó.
“Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe”.