No ceda a la gordura
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Dejar de fumar es más sencillo que bajar de peso. ¿La razón? Abandonar el tabaco sólo requiere hacer una cosa; adelgazar, en cambio, exige cambiar hábitos adoptados durante años.
Nunca se había puesto a nuestro alcance tanta información sobre la importancia del ejercicio para combatir el sedentarismo, y sobre el valor de la alimentación para asegurar una vida sana.
El debate en torno a lo que engorda se refleja en infinidad de libros y artículos de prensa. Y proliferan los programas televisivos que promueven la gastronomía frente a la comida chatarra. Pero, paradójicamente, jamás se había visto tanta gente con problemas de sobrepeso.
La preocupación (al menos teórica) por lo saludable, convive con una epidemia alarmante de obesidad que no ha dejado de crecer desde los años 80s. No sólo en los países ricos, sino también en los que disponen de menos recursos.
Se calcula que 2 mil 100 millones de personas sufren sobrepeso (el 30% de la población global) y, de ellas, casi 700 millones son obesas, un problema que afecta a gente de todas las edades y que ningún país ha conseguido revertir en los últimos 30 años.
No se trata de estigmatizar a la gente por su aspecto, pero los expertos concuerdan en que estar pasado de peso suele repercutir en varios tipos de enfermedades crónicas, entre ellas la diabetes tipo 2 y los males cardiovasculares.
El impacto del fenómeno
El impacto económico global de la obesidad ha sido estimado en dos billones de dólares al año, el 2.8% del PIB mundial, una cantidad derivada de los cuantiosos gastos sanitarios y farmacéuticos que genera el sobrepeso (un costo similar al que deriva de los conflictos armados y de los males del tabaco).
“Tenemos una vida cada vez más sedentaria, ingerimos cada vez más calorías y hemos ido abandonando las dietas tradicionales en favor de la comida rápida y los alimentos procesados (hasta el punto de que los niños de hoy celebran sus cumpleaños en las hamburgueserías y han dejado a un lado las frutas y verduras que les ofrecen en casa).
Una de las principales estrategias públicas para contrarrestar la gordura, incluye la concienciación para animar a los ciudadanos a seguir hábitos de vida saludables.
Por ejemplo, cada vez más colegios y escuelas están enseñando a los niños y adolescentes lo que es el buen comer. La preocupación es que en los últimos 15 años se ha duplicado el número de personas con sobrepeso.
Pros y contras
Los contrarios a la política de regular por ley el consumo de ciertos alimentos, no sólo alegan que las medidas fiscales son inútiles, sino que castigan a los consumidores con menor poder adquisitivo, y por lo regular demonizan a ciertos productos (como sucede con las grasas y los refrescos embotellados).
Mientras que los que defienden este tipo de política dicen que, aunque gravar a uno o dos alimentos no sea suficiente para revertir la tendencia a la obesidad, los controles ayudan a la gente a entender que existe una relación directa entre la comida y la salud.
En México, uno de los países con los mayores niveles de obesidad, y un gran consumidor de refrescos, se introdujo hace dos años un impuesto del 10% a las bebidas azucaradas, lo cual ha contribuido a un descenso del 6% en las ventas de esos productos, aunque en el caso de las clases menos favorecidas, la caída ha sido del 17%.
Pero han surgido situaciones sui generis. Por ejemplo, en Berkeley (California), quedó sin efecto un impuesto a las bebidas azucaradas porque los comerciantes concluyeron que el incremento a los precios provocaría que sus clientes se fueran a una localidad vecina a realizar sus compras de supermercado, así que decidieron ser ellos quienes absorbieran el pago del impuesto.
El caso de las grasas
Las grasas han sido el nutriente más vilipendiado de la dieta americana desde que, en la década de los 50s, el presidente estadounidense Dwight Eisenhower muriera tras sufrir varios infartos por causa de sus altos niveles de colesterol.
En 2011 Dinamarca introdujo un impuesto para penalizar el consumo de las grasas transaturadas, las más nocivas de todas. Un año después lo abolió por considerar que había penalizado a las clases de menos ingresos sin lograr cambios favorables en su estado de salud. La alternativa danesa ha sido limitar al 2% el uso de grasas transaturadas en los platillos de los restaurantes.
La otra posibilidad
Otra posibilidad es obligar a las personas con sobrepeso a ponerse a dieta. Japón aprobó en 2008 una ley por la cual los empleados deben someterse a una revisión anual, y en caso de sobrepeso, bajar los kilogramos de más. Y si usted no sigue las recomendaciones para lograrlo, le aplican sanciones a la empresa para la cual trabaja.
Pero no todo el mundo acepta estas intromisiones en su vida privada. Por una sencilla razón: hay gente que simplemente no logra adelgazar. O no quiere.
¿Es perjudicial el aceite de palma por ser una grasa saturada?
Mucha gente tiene la creencia de que todas las grasas saturadas son perjudiciales para la salud, por su alto riesgo cardiovascular, pero eso no es cierto. De hecho, podemos tener alimentos sanos, a pesar de tener grasa saturada, como es el caso del aguacate, el coco y los yogures.
El aceite de palma se empieza a volver perjudicial cuando es sometido a altas temperaturas, que es cuando aparecen sustancias como el glicidol y los cloropropanoles que son tóxicas y agresivas para nuestro organismo.
También es cierto que los fritos suelen ser procesados con este tipo de aceite, pero nunca vamos a encontrar aceite de palma como aderezo de una ensalada.
Es decir, si añadiésemos aceite de palma virgen a una ensalada no sería tan malo para nuestra salud. Pero recomendar ese aceite para una ensalada es un sinsentido, teniendo una opción mucho más saludable como lo es el aceite de oliva extra virgen.
¿Es necesario el azúcar para el cerebro?
La industria azucarera y la industria refresquera han defendido la conveniencia de la sacarosa al afirmar que es un ingrediente necesario para la salud cerebral. Eso no es cierto. De ser así, la falta de azúcar habría afectado a la humanidad durante casi toda su historia, hasta que se logró extraer el azúcar de la caña o de la remolacha.
Lo que sí necesita nuestro cerebro es glucosa, un hidrato de carbono presente en los cereales, legumbres, frutas, verduras, hortalizas y tubérculos. Por tanto, no es necesario ingerir refrescos ni productos azucarados para nutrir el cerebro.