No queremos el silencio
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Era el 1 de diciembre de 1955. La afroamericana Rosa Parks subió a un autobús y se sentó. El conductor intentó obligarla a ceder su asiento a un hombre blanco y ella se negó. Con este acto de valentía se inspiró el movimiento –ya en marcha– a favor de los derechos de los afroamericanos.
(Durante su juventud, mi abuelo viajó a Estados Unidos y volvió sorprendido y enojado por la segregación: no se permitía a los afroamericanos la entrada a los restaurantes, los lugares en los autobuses estaban separados de los “blancos” y en las piscinas les era prohibido entrar. Lo que hizo Rosa Parks, costurera y secretaria en la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, fue definitivamente un acto de justicia y valor).
¿Por qué traer la figura de Rosa Parks a colación? Justo ahora que acabamos de presenciar la marcha feminista en la Ciudad de México y replicada en otras, como la nuestra, es pertinente llamar la atención de una mujer que respondió con firmeza, sí, pero sin violencia a la hora de defender sus derechos ante la injusticia.
A propósito de la marcha feminista que en la Ciudad de México terminó en vandalismo y destrozos a monumentos, calles, comercios y demás instalaciones, las opiniones se polarizaron. Mientras unos defienden a las manifestantes que, embozadas, protagonizaron la marcha haciendo uso de la violencia, otros rechazan terminantemente sus acciones.
Llaman la atención los argumentos de algunos defensores. Hay quienes generalizan y colocan a los detractores de las condiciones en que realizaron la marcha en el rango de generaciones de personas mayores, descalificándolos por ese sólo hecho. Aseguran: “Ustedes que son detractores, no pueden opinar porque no han vivido lo que nosotras. Los ataques, los abusos, los intentos de violaciones”. “La violencia es necesaria porque qué tal si les ocurriera esto a sus madres, hermanas o hijas. Basta ya de tanto escándalo por un grafiti de menor importancia”.
No se trata de eso. Muchas (o muchos) de buena fe que no están en lo absoluto de acuerdo con la forma en que se llevó a efecto la violenta marcha, también pudieron haber sufrido abusos en el pasado. También pudieron haber sido maltratadas (o maltratados) y vulnerados sus derechos.
Basta recordar aquí, por poner un ejemplo que algunos pueden considerar de poca importancia: en nuestro País, en nuestra ciudad, todavía a mediados de los años noventa, una mujer si quería contratar un crédito hipotecario para un auto o una casa debía contar con el aval de un hombre solvente. ¿No era esa una forma de discriminación? Pero aquí van también, y en primer plano, los ejemplos límite: los feminicidios que hicieron una terrible historia y época en Ciudad Juárez, Chihuahua, hoy por desgracia extendidos en todo el País.
Hoy muchos de los que padecieron abusos y atestiguaron la cruel realidad de Ciudad Juárez no están de acuerdo en la forma en que las mujeres marcharon, destruyendo a su paso lo que iban encontrando.
Preferible una Rosa Parks, en su decidida firmeza, en su determinación justificada, que las mujeres de la marcha en México que, so pretexto de que se acabe la violencia, ejercieron violencia sobre personas inocentes y sobre la ciudad en la que exigen que terminen las agresiones y los asesinatos.
Nada más lejano el pensar que no deban ser atendidas las justas demandas en contra de la inseguridad y los asesinatos. Es indispensable atraer la atención y la decisión de las autoridades y de los propios ciudadanos ante este horrible entorno de inseguridad y crimen. No sentirse segura por el hecho de ser mujer representa de la sociedad el peor de sus rostros, desolador, sin esperanza.
Sin embargo, agregar la misma cuota de violencia y sobre seres inocentes no es más que permitirse seguir el mismo patrón que, según ellas, están tratando de romper.
No queremos silencio. Queremos voces que rompan el silencio sin aniquilar la voz verdadera y profunda del enojo social y la denuncia.