No se entiende que no se entiende
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Pareciera que la verdad es lo de menos. Nuestra cultura respecto a la impartición de justicia está tan distorsionada que ni siquiera nos detenemos a considerar una posibilidad distinta a la que nos receta la autoridad a través de los medios de comunicación. Nuestra reacción es producto evidente de nuestra deformación cultural en esta materia. Así nos educaron, es toda una vida y será harto complicado cambiarlo.
En México, más del 75 por ciento de los delitos no se denuncia y sólo se sanciona el 1 por ciento. El 99 por ciento de los delitos quedan absolutamente impunes. Este dato debiera bastar para poner en duda cualquier conclusión que la autoridad quiera recetarse o recetarnos, en materia de seguridad y justicia penal. Extrañamente, no es así.
Cuando un caso impacta la opinión pública, las masas reaccionan con ansias de dar con un culpable, la reacción es de tal magnitud que no importan los tiempos procesales ni la verdad comprobada y fuera de toda duda, lo único importante es presentar a alguien a quien despedazar, que el horror tenga un depositario visible que limpie la conciencia colectiva y que desvanezca las fallas de las autoridades. Desde hace milenios se conoce como “chivo expiatorio”.
La víctima en la Ciudad de México fue Fátima de cuatro años, en Saltillo fue Karol Nahomi de cinco meses. Aquello que en Estados Unidos, Europa o Japón puede tardar semanas o meses en procesarse, evidenciarse, examinarse una y otra vez, en México lo despachamos en un día. Caso cerrado, no hay necesidad de dar más explicaciones. A lo que sigue, que hay cosas más importantes y menos traumáticas que se deben discutir. Lo malo es que la “eficiencia” mexicana sólo aplica en casos de excepción, las cifras globales ni se inmutan, los impunes continúan tan campantes.
En los países que viven en verdadero Estado de Derecho, se asume que todos somos inocentes hasta que la autoridad demuestre que fulano o zutano son culpables de tal o cual delito. Ese principio se conoce como “presunción de inocencia”. Sólo con pruebas, evidencias e interrogatorios puede la autoridad acusar a alguien y llevarlo a juicio. De lo contrario todos seríamos víctimas potenciales de la autoridad. Imagine usted que lo acusen de un delito que no cometió, y que además tuviera usted que probar su inocencia.
El principio vale aun cuando la persona acusada se declara culpable. Porque resulta que en este mundo sobran motivos para que alguien se declare culpable. Desde la tortura hasta el soborno o algún arreglo para cubrir una trama mayor.
Las cifras en aquellos países son diametralmente opuestas a los nuestros. Ni la inseguridad ni la impunidad atormentan con tanta virulencia como sucede en México.
He visto de todo en redes sociales, desde comentarios rancios, de corte racial y clasista, hasta desahogos e insultos. Bajo ninguna circunstancia sostengo que los acusados son inocentes, afirmo que es imposible saber, en sólo un día, si son o no culpables. Afirmarlo es ridículo, absurdo y contrario a toda lógica.
La ley y su aplicación tienen, deben tener un procedimiento preciso y claro, ese procedimiento debe acatarse en todos los casos. Tan malo que los procesos duerman el sueño eterno en los archivos de juzgados, como que se sentencie fast track a los implicados en casos que despiertan sed de venganza.
@chuyramirezr
Jesús Ramírez Rangel
Rebasando por la Derecha