Nobleza obliga
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No lo conocí personalmente. Nunca tuve contacto directo con él. Y de nuevo vuelvo a descubrir que no es necesario el trato frecuente ni la conversación inmediata para ir percibiendo el valor de muchas personas que nos rodean. Ignoramos su físico, su gesto peculiar, inclusive su nivel académico, espiritual o evolutivo… y sin embargo sabemos su valor por sus resultados.
Ni siquiera sabía su nombre (José de Jesús). Solamente fui escuchando que pronunciaban “Galindo” y que decir ese apellido significaba admiración y respeto. Mis sobrinos y mis hijas lo nombraban de cuando en sus conversaciones, pero no de manera casual sino refiriéndose a una persona que era especial.
Primero supe que era el que dirigía la banda de guerra del Colegio Zaragoza. Después que era la mejor banda de Saltillo por su exactitud, su disciplina, su armonía y su orgullo de sentirse los mejores. Esto de “ser los mejores” se convirtió en tradición de nobles.
“Nobleza obliga”, decían los caballeros medievales aludiendo a que la raíz de la consecución de un trofeo no era resultado ni de la suerte ni de las trampas, sino de la nobleza del corazón que exigía el esfuerzo de superarse. La mediocridad y la comodidad no eran atractivo suficiente para la nobleza de un caballero.
Galindo cultivaba la nobleza real, no la artificial que nace del maquillaje, del dinero o de los atuendos por más ostentosos que fueran. La primera impresión que daba era que era muy exigente en la disciplina, la puntualidad y la armonía. No aceptaba excusas, que son el camino de la mediocridad.
Galindo no era solamente el jefe de la banda. Era maestro de matemáticas con su misma personalidad de exigencia, disciplina y adhesión a la verdad, cosa que en el terreno de las matemáticas no admite medias tintas o medias verdades. Sus alumnos sabían que si hacían el esfuerzo tenían en él un mentor, no un verdugo, pero también sabían que si no estudiaban, no aprendían. Y Galindo no traicionaba la verdad de los resultados.
Entrenó bandas y equipos de basquetbol, dio clases de matemáticas, durante 53 años. Pero no fue solamente entrenador y maestro. A lo largo de su vida mantuvo un carácter muy definido por la verdad, la constancia, la fortaleza y el esfuerzo que no fueron minados por la preocupación de quedar bien, tener una imagen social o buscar el cariño o la admiración de sus múltiples alumnos.
Su deceso lo sacó del anonimato y descubrió la riqueza que le dio a 53 generaciones que hoy lo recuerdan y agradecen haberse encontrado con él y con su carácter. Les dio un modelo de ser caballeros con nobleza, de perseguir lo más alto, lo verdadero y lo justo. Y sus alumnos aprendieron que lo fundamental no es solamente tocar el tambor, encestar un balón o resolver una ecuación, sino que todo esto es un resultado de un carácter definido y comprometido con su conciencia de ser un noble caballero. He aquí el secreto de la educación y del éxito de un alumno. He aquí el secreto de ser un verdadero maestro.
Hay una multitud de maestros que han forjado el carácter de los hombres de hoy que se merecen un reconocimiento, que salgan del anonimato.