Nuestros muertos
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Era muy niño cuando descubrí que la gente se moría y eso no lo he podido olvidar nunca. Mi primer contacto con la muerte vino con mi abuelo, don José Guadalupe, el padre de mi madre, un hombre con un sentido del humor que rayaba en lo ácido y que tuvo el tino de nacer el Día de los Muertos y morir en la tarde noche del 24 de diciembre.
Desde entonces la muerte tuvo para la familia un significado aún mayor. Por muchos años la Navidad no se celebraba en casa, pues recordábamos que una noche como esa había muerto “papá”.
Pocos años después la muerte nos sorprendió a todos en casa cuando muy joven, con sólo 41 años, murió mi tía Josefina, a quién por su gran belleza llamábamos la Muñeca. Cáncer de la mujer, la causa. Entonces comprendí que la muerte de pronto jugaba malas pasadas pues vi muy tristes a mis primos y llegué a entender su dolor.
Me parece que fue ayer cuando junto a mi tío Manuel, mi primo Juan y mi hermano Sol, acompañábamos a mi abuela al panteón en Monclova en el Día de Muertos. Regar, limpiar las tumbas de nuestros familiares, llevarles flores, comer caña de azúcar y jugar a encontrar la lápida con la fecha más antigua de todo el cementerio en Monclova, se volvieron parte de un ritual que seguimos por muchos años.
En lo personal, creo que la muerte que más me ha afectado es la de mi abuela Fidela, Mamá, como yo la llamaba, o la Bis, como le decían mis hijos. Lo sé, por todas las referencias que hago sobre mi niñez y en donde ella estuvo involucrada, pero en especial por todo lo que la extraño.
Mamá murió después de una larga enfermedad y a punto de cumplir 80 años. Se fue dejando a todos muy tristes, pero tranquilos, porque su sufrimiento por fin terminaba. La sepultamos junto a Papá, a quién le guardó luto por 37 años. Monclova vivió entonces una tarde fría y lluviosa, una de esas tardes que jamás ocurren en una ciudad que promedia los 40 grados Celsius.
Mamá nos contaba de sus muertos, nuestros muertos. Nos remitía a la historia de sus padres y sus abuelos y las dificultades que tuvieron que atravesar para sostener a una familia que, viviendo en un pequeño pueblo como aún sigue siendo Cuatro Ciénegas, sacaron adelante a sus hijos para hacerlos hombres y mujeres de bien.
Nos contaba cómo era común que muchos niños murieran a causa de enfermedades que hoy se pueden evitar con una vacuna que se aplica ahora en unas simples gotas. La muerte era entonces parte de la vida cotidiana y se platicaba de ella en casa como algo inevitable.
Pero los tiempos han cambiado y a pesar de que la muerte viene siempre, y pensar en ella es del más elemental sentido común, a nuestra sociedad hoy le parece difícil entenderla y con frecuencia luchamos contra ella, pretendiendo que no existe o que siempre son los demás los que se mueren. Hoy es algo que nos hemos negado y a veces prohibido hablar, algo que no se socializa y que incluso se rechaza pues atenta contra los valores que nos hemos autoimpuesto.
Así pues, hemos llegado a desconocer a la muerte como parte fundamental de la vida y estamos seguros de que mañana despertaremos, pues tenemos muchos planes por cumplir. Creyéndonos eternos, inmortales, olvidamos que la muerte tiene un plan bien definido para nosotros. Y es en ese olvido hacemos todo tipo de planes de largo plazo, buscando perpetuarnos a través de distintas formas, la mayor de ellas de tipo material.
La ciencia que muchas veces nos sorprende, ha podido encontrar la forma de postergar un poco la muerte.
Pero el significado de la muerte, la podemos encontrar en la vida misma. Si vivimos una vida digna, con intensidad responsable y entendiendo que es sólo un paso más en nuestra existencia, ésta puede tomar sentido comprendiendo que vivir o morir son tan comunes como iguales. Si logramos desprendernos de lo material que nos ancla en este mundo y que sólo nos dificulta el paso a la eternidad, podremos disfrutar de la vida que ocurre ahora y sólo en este momento, no en un futuro que nadie tiene asegurado.
Por lo pronto disfrutemos de la vida, celebremos a nuestros muertos y entendamos tal y como lo afirmaba el poeta Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.
@marcosduranf