Nueva jornada: abuelo
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Las lluvias, las tormentas y los huracanes tienen su propia iniciativa. Surgen del mar, vuelan por los cielos y nos alcanzan en la tierra. Ellos tienen la iniciativa, nosotros solamente somos sus receptores. Nuestro control se reduce a prepararnos para su llegada y a disfrutar o tolerar su presencia. Las tormentas de estos días descubren nuestra limitación humana ante los devenires de la naturaleza, pero principalmente nos revelan su tiempo en constante movimiento.
De manera semejante, algunos acontecimientos de nuestro vivir nos suceden sin pedirnos permiso: el nacimiento, las graduaciones de los hijos, la bodas, las separaciones familiares temporales, definitivas o finales; tienen un antes y un después definido, ocupan un espacio, un tiempo que empieza y termina. Cada acontecimiento tiene su dosis de sorpresa e incertidumbre. Nos exige una acción o reacción pasiva, paciencia o impaciencia, rebeldía o adaptación. Pero a fin de cuentas tenemos que nadar en el río del devenir y caminar en la vida.
Llegar a la jornada nueva de ser abuelo no es un acontecimiento efímero y transitorio, no es una “lluvia de verano”. Es un nuevo estado en que se va descubriendo sus recovecos ignorados con los días y sus experiencias. Es una forma de ser adicional a cada quien, desconocida en su inicio, que tiene un principio muy esperado: el milagro siempre sorprendente de un niño-nieto recién nacido, un milagro que dura toda la vida. Nunca se diluye como la arena de un reloj.
Empezar a ser abuelo es iniciar “un camino que se hace camino al andar”. Las experiencias del nuevo camino van apareciendo en el andar con las miradas y caricias de los nietos que quieren conocer y volver familiar, el rostro que ya lleva décadas caminando con la familia. Las preguntas de los nietos, siempre nuevas, descubren lo importante –”¿de qué color es el sol, abuelo? ¿Por qué las tortugas tienen concha? ¿Por qué se secan las flores?”–, su alegría de ver volar un papalote, de reírse con un payaso, de jugar con un perro, la sorpresa de sus tristezas y sus motivos, sus corajes y rebeldías tan “respetablemente” infantiles... compartir todo eso, ser testigo-espectador-participante íntimo y cercano es lo que va construyendo el ser del abuelo, un nuevo camino del mismo caminante.
Esa persona con años recorridos ya no es la misma, de la misma manera que el hombre o la mujer no son los mismos después de que tienen un hijo, así el abuelo recorrerá un camino nuevo que le añadirá una nueva dimensión a su vivir.
El abuelo ahora tiene un nuevo sentido de su vida: caminar sus siguientes jornadas acompañando los ensayos del vivir de los nietos. Le parecía que sus jornadas del vivir iban a ser solamente de mantenimiento de las rutinas y las necesidades básicas, que ya todo le era conocido. Los mismos problemas se repetían, los altibajos de la economía y de la política eran tan cíclicos como siempre, que los ideales eran permanentes aunque ejecutados conforme a las condiciones de cada ser humano.
Las jornadas que vivirán sus nietos son algo tan nuevo como el encuentro de un nuevo y apasionante sentido de su vida. El abuelo que busca un sentido para su vida lo encuentra al preocuparse no sólo por sí mismo, sino cuando se pregunta: ¿Qué esperan mis nietos de mí? En lugar de esperar recibir lo que le puedan dar, buscar lo que les puede aportar. Una misión muy humana y un regalo de esperanza.
Los abuelos, igual que la lluvia, las tormentas y los huracanes… son también un regalo del cielo cuando inundan con su desprendimiento.