Oda al bisiesto año 2020 y a las cebollas moradas
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Mérida, Yucatán-Mérida, Venezuela.- La méndiga HP se me trabó en el momento más inoportuno y no tuve más remedio que hacerla a un lado, coger una libreta y con pluma, anotar la idea, antes de que fuera a evaporarse.
Es que las ideas son tan escurridizas como una de esas liebres orejonas que se atraviesan al camino lampareadas por las luces de la troca y en un parpadear, ya no están ahí.
Les platico: A las 4 de la mañana lo vi sentarse con su maleta en ristre, en el lobby del hotel aún a oscuras, porque resulta que aquí las luces se encienden hasta que la luz del Sol entra por los ventanales. Sí, así de absurda es la cosa acá.
Por su apariencia era extranjero y lo comprobé cuando le escuché agradecer a alguien que lo condujo a una van que los esperaba en el estacionamiento, y se fue.
De pronto me imaginé cambiando mi lugar por el de él y me vi yendo en el camino del día que le esperaba rumbo al aeropuerto, absorto viendo por la ventanilla como el tráfico comenzaba a hacer presa de esta ciudad.
Los afanes de la gente saliendo a ganarse la vida del día viviendo muchos al día, la mayoría aún durmiendo los minutos o las horas que no pudieron dormir en sus camas -o en sus hamacas- otros pegados como zombies a sus celulares; uno más absortos en sus propios pensamientos.
Sí, casi siempre se puede percibir cuando alguien está viendo para dentro de sí mismo, más que hacia afuera o con la mirada perdida.
Y ahí estaba el “él-yo” viendo sin ver cómo toda esa gente llegaba a donde iban y armando cada uno en sus cabezas, sus propios rompecabezas de una supervivencia que se vuelve cada vez más compleja, azarosa y convulsionada.
Imaginé -metiéndome en ellos- a muchos pensando en su pareja que habían dejado aún dormida; en los hijos chiquitos más dormidos todavía en cunas, camitas o hamaquitas; en los muebles solitarios de sus solitarios departamentos porque así de solas eran muchas de sus vidas.
Vi a otros imaginando la lidia del día con sus jefes; la de quienes en la misma empresa llegaban en autos del año y otros en bici, moto o a pincel. Unos descansados y otros bien cansados.
Los que de pasada rumbo al jale se paraban en un Oxxo a gastarse 30 baros en un toro rojo energizante y a otros que con esa lana se pagaban una cena todos en su casa y unos más que ni en dos días veían junto ese lanal.
Habiendo dejado a mi “yo” en el lobby del hotel, me vi llegando al aeropuerto con los ojos del extranjero y me puse más tenso y más disperso que trepado en el avión. Y es que a mí los aeropuertos me ponen ahora más nervioso que los mismos aviones. Quién sabe por qué será.
A esa hora, sentado ahí con “mi” maleta a las 4 y media de la mañana, comprobé otra vez que no hay lugar más solitario para un solitario, que un aeropuerto a esas horas.
Antes, me vi pasando por los puntos de control controlados por guardias que espabilaban aún sus sueños con bostezos contagiosos.
Y pensé en la paradoja vuelta enigma de que uno puede darse el lujo de soñar hasta despierto, pero el otro tipo de sueño -el cansino- ese nomás se disfruta y llega cuando uno está dormido.
Resultó que era un vuelo de cuatro horas rumbo al sur y al llegar a mi destino había dos horas de diferencia hacia adelante.
La maleta y su extranjero pasaron filtros de seguridad en el aeropuerto “Juan Pablo Pérez Alonzo”, propios de un país en estado de sitio o guerra, con otro tipo de guardias de control más despiertos y enfocados que los que lo habían semi auscultado aún semi dormidos en el “Manuel Crescencio Rejón”.
Qué chistoso, el vuelo aquél del extranjero donde yo iba metido, había salido de una Mérida -la de México en Yucatán- para llegar a otra Mérida -la de Venezuela en la provincia del Libertador- tras tres horas del somnífero recetado por un vuelo soporífero.
Entonces, del código postal mexicano 97000 había volado al 5101 venezolano y apenas habiendo aterrizado, la anécdota de “mi” compañero sabio de asiento en el vuelo, diciéndome que una vez, los nacidos en un año bisiesto como éste 2020, conocidos como los “leapers” -por el término Leap Year- recibían en Irlanda una ayuda económica sabrá el Dios de Spinoza por qué.
Y pensé dentro del pensamiento del extranjero del que me había posesionado: “Que no se entere de esto MALO porque capaz de que aplica dicho subsidio clientelar siembra-votos éste año con dedicatoria al crucial 2024, que también será bisiesto y que también espero sea el último de su mandato… ya que antes no se puede.
Los altavoces con el cadencioso acento venezolano magnificado anunciando la llegada de los vuelos me volvió a la “realidad” y antes de que el extranjero tomara un taxi para ir “no sabré nunca a dónde”, una melodiosa, cantarina y apacible voz me devolvió de mi marasmo: “¿Quiere que le traiga el desayuno aquí o se lo servimos en la mesa del comedor?”
Y así fue como volví de la Mérida venezolana a la Mérida mexicana, donde en este momento declaro solemnemente que mi vida se divide antes y después de las deliciosas cebollas moradas con que casi todos los platillos yucatecos son sazonados.
Pero ese, ese es un tema del que en otra ocasión les platicaré …
CAJÓN DE SASTRE
“Se me hace que ya necesitas comprarte una compu nueva”, dice la irreverente de mi Gaby.
placido.garza@gmail.com