Opio e idealismo
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“Si no quieres que te mientan no preguntes”. Ojalá fuera posible seguir este prudente consejo y mantenerse mudo y distante, como el burro atado a su cobertizo y que, de vez en cuando, lanza un sorprendente rebuzno al aire y quebranta el sosiego y la tranquilidad; sin embargo, más allá de las preguntas técnicas que van ligadas a la supervivencia cotidiana, resulta muy difícil renunciar a husmear en la vida de los demás, en sus sentimientos, en los hechos que despiertan nuestra curiosidad o, de plano, abstenerse de practicar el chisme trascendental e incluso el conocimiento barato. Quien hace una pregunta y espera la verdad revela su ingenuidad y su ausencia de perspicacia en lo social. Lo que uno tendría que hacer es administrar las mentiras y obtener provecho de ellas. El ser humano es un animal mentiroso por naturaleza y, en consecuencia, los libros de ficción y las novelas son las declaraciones más honestas a las que se puede acceder hoy en día. Creo que las mentiras más honradas provienen del mundo del arte, más que del ámbito político y religioso porque, precisamente, de entrada, se presentan como ficciones, aunque estas ficciones nos calen los huesos y nos dibujen de forma bastante acertada.
Los idealistas somos los peores en este asunto del mentir. Consideramos que las ideas son hechos reales y que, por lo tanto, estos hechos pueden ser descritos, medidos o previstos por nosotros mismos. Y no satisfechos con practicar la ridícula utopía, la pregonamos a los demás como si se tratara de una posible verdad, de un porvenir certero, de una posibilidad realizable. El Dr. Saunders —personaje estelar de la novela “El Estrecho Rincón”, del escritor británico William Somerset Maugham (1874-1965)—, es un hombre pragmático que procura no meterse en los asuntos de los demás; por el contrario, escucha sus historias pacientemente y observa cómo cada una de las personas de su alrededor se ahorca con su propia lengua. Es un sibarita y un refinado observador del sufrimiento humano el cual le parece inevitable para cierta clase de personas. Acerca del Dr. Saunders leemos en la novela: “No le agradaban mucho los idealistas. Les resulta difícil conciliar sus principios con las exigencias de la vida en el mundo cotidiano, y era desconcertante ver qué tan seguido lograban combinar elevadas nociones con el hecho de tener el ojo puesto sobre el propio beneficio. Eran proclives, los idealistas, a considerar inferiores a aquellos que se ocupaban con asuntos prácticos, pero no estaban en contra de sacar provecho de sus actividades. Como los lirios del campo, ni trabajaban duro ni tejían, sino que consideraban un derecho el que otros llevaran a cabo por ellos estas irrelevantes labores”. Me he excedido en esta cita, pero dibuja muy bien el recelo que suelen causar los idealistas quienes, trepados en sus pegasos fantásticos, alardean de sus importantes ideas, como si éstas no fueran también formas presuntuosas de la mentira.
Es posible que Saunders se hubiera hecho aficionado al opio pues encontraba allí el sosiego que no le daban las patrañas idealistas. Se convirtió en un fumador de opio porque sumido en la confortable cama del sueño opiáceo “era el amo del espacio y del tiempo. No había problema que no pudiera resolver si así lo deseaba; todo era claro, todo era exquisitamente simple. Parecía absurdo resolver las complicaciones del ser cuando existía un placer tan refinado en el conocimiento...”. Es decir que Saunders detestaba a los idealistas, pero en el opio encontraba una esfera confortable, habitable y en donde no existía problema que no pudiera sortear. Y cuando alguien lo increpaba a causa de su afición al opio él no se inmutaba y sólo accedía a responder: “Hay que ser tolerantes con los vicios de los demás”. Resulta tan humillante que hoy, adentrados ya en otro siglo perdido, el 21, la mayoría de las sociedades se incomoden ante los vicios personales de un individuo mientras que, por otro lado, vivan de aceptar mentiras de baja ralea y de idealismos religiosos y políticos burdos e imposibles. Es evidente que una persona sensata y educada preferiría el opio del Dr. Saunders a la promesa de un mundo más inteligente y justo. En mi caso, aunque me gustaría, no soy proclive al opio, pero sí a las novelas, las cuales, al menos, representan mentiras honestas que me hacen menos pesado este inesperado y pesado asunto del vivir.