Otoño en un verso de calendario
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La tormenta tropical Fernand azotó la ciudad el pasado miércoles con 17 horas continuas de lluvia, dejando daños en vialidades, vehículos y edificios de la ciudad, sobre todo en las viviendas construidas en las márgenes o muy cerca de los arroyos, y las antiguas y abandonadas casas de adobe del centro. Mientras que Saltillo fue una ciudad de dimensiones estrechas, tuvo la certeza de que jamás sufriría una inundación debido a sus calles empinadas por las que corren las abundantes aguas que bajan del sur, anegándolas, es cierto, sólo por un breve periodo de tiempo que depende de lo copioso del chaparrón. El caso es que durante las fuertes lluvias y la temporada de huracanes cuyas “colas” afectan la ciudad, las calles que corren de sur a norte en la parte vieja de Saltillo semejan caudalosos arroyos, sumergidas hasta sus banquetas, haciendo pensar que difícilmente desahogarán su afanoso cauce. Y siempre sorprende que, en poco tiempo, a medida que amaina la lluvia, las calles van volviendo a su estado normal hasta quedar completamente desocupadas por el agua, de la que quedan a veces los vestigios de piedras y basura arrastrados desde muy arriba.
A medida que la ciudad creció y la voracidad de los fraccionadores también, vinieron los problemas de encharcamientos en algunos bulevares construidos sobre antiguos cauces de arroyos en el norte de la ciudad, y que con cada lluvia fuerte se convierten en peligrosas lagunas para automovilistas y habitantes de la zona, como el bulevar José Musa, donde esta vez el agua subió más de medio metro de altura.
Si acudimos a buscar información del pasado, a propósito de acontecimientos como la tormenta, siempre se encuentra algo interesante. Yo busqué el tema en el periodo colonial. Los folletos y libros impresos durante el virreinato en la Nueva España guardan siempre gratas sorpresas. Se acostumbraban, en aquella época y hasta bien entrado el siglo 20, los llamados calendarios anuales, de los cuales en México destacaron los publicados por famosos impresores del siglo 19, como Murguía y el muy famoso Calendario de Galván, que me parece aún se publica.
Encontré que en el siglo 18 vivía en la capital un señor llamado Ignacio Vargas, abogado de la Real Audiencia de México. Don Ignacio tenía una curiosa afición: publicaba cuadernillos con pronósticos del tiempo para todo un año, lo cual no tenía nada de particular en su época, pero sí que el señor Vargas acudiera a la lira para hacer sus pronósticos del tiempo para el año por venir, es decir, los componía en sonoros versos. Son rarísimos esos folletos del señor Vargas. El publicado en 1790 lleva el título “Pronóstico físico matemático de los temporales del año 1791, en que se da la noticia del peso del aire, la cantidad de luz que hay en la atmósfera y el calor de ésta en cada estación y principio de los meses”. Otro título es: “Calendario curioso o efemeris de Nueva España para el año de 1795. Útil a todo género de gentes, por contener a más de lo perteneciente al gobierno civil, la cultura de los campos, huertas y jardines, y un método fácil de pronosticar los temporales de los años futuros”. El impreso en el año 1791, “Calendario curioso o efemeris de Nueva España, útil a los cortesanos, caminantes y labradores, para el año bisiesto de 1792”, contiene el siguiente verso que se refiere al estío de ese año bisiesto y que ilustra lo afirmado antes sobre la cualidad de versificador del abogado, y para el que aconseja: “En esta buena estación / es muy grande la humedad / muy fácil la enfermedad / y muy grande precaución: / Debe tenerse atención /con la persona y posada. / No cubrir ropa mojada, /y el aguardiente, tal vez, / bebérselo por los pies; / pero por la boca nada”.