Padres, docentes y alumnos

En tiempos como estos, y después de la tragedia que acongoja a la sociedad entera cuando un menor mata, me insisten en que vale la pena decir y repetir ciertos mensajes para que vayan calando donde debe.

Los que somos padres de familia, sabemos. Los que no lo son, se lo imaginan. La crianza en estos tiempos está llena de retos complicados. Y, como sociedad, muchas veces no construimos juntos las redes que nos pueda sostener como proyecto familiar.

Se me ocurre, por ejemplo, el colegio. La escuela tiene un papel importante en la vida de la familia, de la sociedad y de cada persona. Los alumnos pasan muchas horas en ella, conviviendo, socializando y aprendiendo. En ocasiones se pasa más tiempo en la escuela que el que pasan en casa con sus padres. Esto no es lo mejor.

No sólo es debido a un hijo que sus padres pasen tiempo con él, sino que es mejor para la comunidad con la que está compartiendo educación que se afiancen lazos y relaciones también entre los diferentes padres de familia.

En ocasiones, cuando a alguno he aconsejado que pase más tiempo con sus hijos -sobre todo los papás varones- ruedan los ojos para atrás y manifiestan con la cara y con el cuerpo que no les apetece jugar al té con la niña, ni patear el balón con el niño (o lo que fuera).  Coincido plenamente. A los adultos no nos llaman la atención las actividades de niños. 

Es entonces cuando hay que voltear el planteamiento: a los niños sí les gustan las actividades de adultos; si son sus papás. Y si no les gustan, tampoco pasa nada: les viene muy bien aprender de su papá como debe de ser un varón y de su mamá como se debe ser mujer. Es un aprendizaje práctico, no teórico. Es decir, no entra con sermones, sino con experiencias concretas.

Es ahí donde, si lo que nos gusta es el golf, ¡pues llevamos al niño con nosotros!; aunque se aburra. Si el sábado en la mañana estamos recorriendo talleres o haciendo reparaciones en casa, nos acompañan y nos ayudan nuestros hijos. Incluso, si no quieren. 

Les hacemos un gran bien, con nuestra presencia, porque ahí les damos ejemplo y nos convertimos en un modelo a seguir (o a evitar).

Nuestros hijos no se benefician de nuestro éxito profesional tanto como se benefician de nuestra presencia. Porque, por más buenas intenciones que tengan los docentes, no se compara el cariño del docente con el del padre o madre de familia. Aunque ayuda, el modelo de persona que resulta ser el docente, no es tan significativo, en la construcción del carácter y la personalidad del niño como la presencia del padre y la madre.

Y aún más. La comunidad formada por los padres, los docentes y los alumnos puede ser de gran ayuda para esta educación de familias. 

Con frecuencia comento con distintos matrimonios que con que un solo alumno esté haciendo -con consentimiento de sus padres- cosas que no son lo mejor (i.e. decir maldiciones, uso excesivo de pantallas, consumo de productos nocivos para la salud y otras diferentes situaciones de riesgo), es suficiente para que poco a poco, se vuelva para el resto, primero lo deseable y, después, la norma.

Cuando estamos en un colegio, tenemos que ponernos de acuerdo como comunidad educativa para estar, al menos, en sintonía con las cosas que son malas, las cosas que son buenas y las cosas que son mejores para nuestros hijos. No es tarea fácil. Es un ideal magnánimo.

En palabras del dicho africano: “no basta una familia para educar un niño, se requiere toda una aldea”. Ojalá veamos ante las tragedias recientes y recurrentes que necesitamos más familias presentes y comunidades educativas fuertes y unidas.
@chuysantos

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Jesús Santos Pérez
Padres presentes, comunidades fuertes