Padres, papuchos, padrotes y papacitos
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Ni papá con mano de hierro, ni papi que nos dé por nuestro lado. Necesitamos gobierno que no es lo mismo que paternalismo
No sería realmente difícil decidir (como si se pudiera) entre un padre represivo, abusador y agresivo, y otro sobreprotector, castrante, condescendiente y chantajista.
Ambos son casos típicos de abuso y distintas modalidades de la violencia. Ambos arrojan como resultado personas disfuncionales, conflictivas, con muy pocas o nulas posibilidades de alcanzar la felicidad y la plenitud.
Ya planteado así, la verdad es que sí está de la chingada, pero seamos honestos: A la larga, todos preferimos un padre que nos mate con su amor y no con su odio. Aunque lo ideal es siempre, siempre, siempre tener padres que no lo maten a uno (diversos estudios han demostrado que el filicidio es malo para la salud, sobre todo para la del hijo involucrado).
Las dos perspectivas catastróficas del régimen que agoniza y del que está por entrar en funciones, se desprenden del asunto del aeropuerto y de la forma en que cada administración decidió dirimir el tema con la ciudadanía.
Y si el gobierno saliente decidió imponer su santa voluntad por la vía del garrote, el Presidente electo optó por el conciliador método de la suministración digital del cocido de masa de maíz para beber.
El primero, ejerciendo su autoridad hasta el autoritarismo, su prerrogativa del uso de la fuerza pública y su oneroso gasto en respaldo mediático periodístico que es otra forma de agresión, contra el criterio y la libertad de decisión del pueblo.
El segundo pecó de austero, organizó su consulta con la coperacha de sus cuates, utilizó recursos tan improvisados que no se utilizarían para una elección estudiantil y tuvo un sesgo geo-sociodemográfico que nos dejó a todos con esa incómoda sensación de cuando nos están viendo la cara.
Volvemos a lo mismo, un padre violento que nos enseña a obedecer con la bota, o un padre dulce y en apariencia ingenuo, pero que nos anula diciéndonos que sí a todo, que somos lo mejor, que somos sus “corazoncitos”, pero que como quiera termina imponiendo su santa voluntad.
La discusión trasciende el tema de la infraestructura aeroportuaria que la CDMX necesita. Sea honesto y dígame qué tan bien estudiado tiene el tema, cuáles son los perjuicios y beneficios de cada alternativa en lo ecológico, lo social, lo económico y en términos de logística aeronáutica.
Ahora contésteme con sinceridad: ¿Se siente capacitado como para emitir una opinión?
Lo dije mal. Opinión tenemos todos, que bien reza el dicho que es como el ombligo (en realidad el dicho no menciona al ombligo). Lo que en realidad le quise preguntar es si acaso cree que con su precario conocimiento sobre el tema, deba usted influir en esta particular decisión de la vida pública nacional. ¿Lo cree?
¡Felicidades! Yo tampoco. Pero no se achicopale, que incluso los que dicen saber no saben un carajo.
Ello no significa que no tenga nada que decir o aportar con relación a lo que hoy nos ocupa, que no es el aeropuerto (que si Texcoco, que si Santa Lucía) y tampoco la consulta (aunque sí, indirectamente).
Se trataba de contrastar los estilos de dos regímenes emparentados por la transición. Uno eminentemente represivo, el otro ladino e indulgente, aunque los dos decididamente autocráticos.
La consulta nos anticipa además lo que será el ánimo popular durante los próximos años: una sociedad estacionada en un interminable, acalorado y estéril debate sobre si estábamos mejor con papá golpeador o vamos a estar peor con el padre bonachón pero negligente.
En este sentido, el sexenio se nos va a hacer eterno. Si nos la vamos a pasar mentándonos la madre porque votamos por tal o cual, o porque nos identificamos con “equis” o con “ye”, tarde o temprano se va a quedar sin amigos y recuerde que los amigos son lo más valioso que hay porque, cuando se requiere una mudanza, son los únicos que nos echan una mano.
Es obvio que no vamos a romper con los vicios de la política y el mal gobierno por el mero hecho de haber derrotado al viejo régimen en una contienda electoral (entonces no se puede); —¡claro, pero la única manera de lograrlo era dando ese primer paso! (entonces sí se puede) —¡Pos sí, caón, pero estas consultas improvisadas, sesgadas, amañadas y balinas nomás no ayudan! (entonces no se puede) —¡Pos es la primera, aguanta! ¡Dale chance! Lo que pasa es que no estás acostumbrado a que te tomen en cuenta, por eso hasta extrañas la bota y el garrote (entonces sí se puede). —¡Sí, pero a la larga es más perniciosa la simulación que la opresión! (entonces no se puede) —¡Ah, chingá!
¿Y quién dice? (entonces sí se puede) —¡Tu jefa! (entonces…)
Bien, la reflexión es la misma en cualquier caso: Ni papá con mano de hierro, ni papi que nos dé por nuestro lado. Necesitamos gobierno que no es lo mismo que paternalismo.
Lo hemos dicho ya varias veces, lo que necesitamos es replantearnos nuestra relación entre gobernantes y gobernados, que aún en plena “Cuarta Transformación” no deja de ser de monarca y vasallos, aunque ello no está tan implantado en la mente del macuspano como en el inconsciente colectivo de este pueblo con complejo de orfandad.
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