Para siempre…
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Los acontecimientos más notables de esta justa no se encuentran exclusivamente en la esfera deportiva sino, más bien, en el ámbito humano
El 24 de julio pasado se hubieran inaugurado los Juegos Olímpicos en Tokio, los cuales debido a la Pandemia se pospusieron hasta el 2021; mientras tanto, el fuego Olímpico continuara encendido como signo de esperanza.
Los acontecimientos más notables de esta justa no se encuentran exclusivamente en la esfera deportiva sino, más bien, en el ámbito humano, como sucedió en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936):
El deportista alemán Carl Ludwig "Lutz" Long, el favorito en atletismo para ganar los Juegos Olímpicos y, además, el atleta predilecto de Hitler, hizo “lo inimaginable” al aconsejar al estadunidense Jesse Owens, su rival deportivo, para que pudiera culminar una gesta histórica.
Esta maravillosa historia no termino ahí…
Fuera de serie
Jesse Owens (1913 -1980) fue un deportista extraordinario. En los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) fue el primer estadounidense en ganar cuatro medallas de oro: 100 y 200 metros, salto longitud y relevos de 4 x 100 metros.
Sus logros son trascendentales en muy diversos ámbitos, el testimonio de su dedicación es claro ejemplo del papel que juega la virtud del carácter cuando se trata de alcanzar sueños.
Bien lo dice Fenelón: “las personas de carácter son infinitamente más raras que las personas de talento. El talento puede ser un don de la naturaleza. El carácter, es el resultado de mil victorias logradas por la persona sobre sí misma. El talento es una cualidad, el carácter es una virtud”.
A Owens se conocía como “el antílope de ébano” al ser, por muchos años, el hombre más veloz del mundo, irónica realidad pues fue un niño pobre y enfermizo de quien nadie hubiese pensado que llegaría a ser uno de los atletas más grandes de todos los tiempos.
La vergüenza
Al ganar Owens, Hitler estupefacto y enfurecido, abandonó el estadio para no estrechar la mano del atleta negro, quien triunfaba en medio de los racistas nazis, tirando a tierra la intención del régimen nazi de utilizar las Olimpiadas como propaganda, al demostrar al mundo el poderío y la superioridad de la raza aria. Como venganza ante este agravio, Hitler ordenó que mandaran a Lutz al frente de batalla, donde encontró la muerte en julio de 1943. (https://www.youtube.com/watch?v=HCmvDwDocrw).
Fraternidad
Antes de la competencia, Hitler llamó a Long para darle indicaciones precisas: “ganarle a Owens”, “por el bien de Alemania”. Además, le ordenó abstenerse de tener cualquier contacto con él, al tiempo que debería dejarle claro al “negro” la absoluta superioridad de la raza aria.
Para sorpresa del dictador, Lutz no siguió aquellas indicaciones, pues se acercó a Owens como un igual, como un deportista más, demostrando así la solidaridad y armonía entre las razas y pueblos; y mostrando además su valor excepcional dadas las circunstancias en las que se produjo este gesto humano.
La crónica de ese día narra: “los jueces trataron de descalificar a Owens...y le llevaron al límite de quedarle solo un salto por realizar. Jesse estaba nervioso y no encontraba un punto de referencia, no lograba pillar tabla, su referencia había volado con el viento. Entonces Lutz se sacó su propio jersey y lo colocó en el suelo en el punto en el que Owens necesitaba la señal. Y le dijo: "Eh Jesse...aquí, bate aquí con la pierna derecha y todo irá bien".
El resultado: Jesse Owens realizó un extraordinario salto, Lutz quedó relegado a la segunda posición. El “negro inferior” había derrotado al rubio alemán, ejemplo y orgullo de la raza aria.
El estadio quedó en silencio. Hitler se levantó y se marchó para evitar tener que darle la mano y felicitar a un hombre de color. Al bajar del palco Lutz se acercó a Jesse y se fundieron en un fraternal abrazo.
Ambos atetas fueron amigos cercanos hasta la muerte de Long, haciendo realidad lo que Owens solía comentar: “los trofeos acaban corrompiéndose, los verdaderos amigos en cambio, no acumulan polvo”.
Ante todo
Jesse Owens llegó a declarar: "hay que tener mucho valor para hacer lo que hizo Long aquel día. Hay que tener muy claro lo que es correcto y tener muchas agallas. Todos mis triunfos no tienen ningún mérito al lado de lo que Lutz fue capaz de enfrentar. Todos aquellos jefazos, toda aquella gente... Todo aquel desprecio... Ese es el verdadero valor."
Luego agregó: "todo el oro de mis medallas no vale lo que la amistad que hice con Long en aquel momento”.
Sin embrago…
A pesar de sus logros deportivos, Owens no fue reconocido en su propio país, así es como él mismo lo narra: cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.
La prueba más contundente de esta injusticia fue que Owens volvió a trabajar de botones en el hotel Waldorf-Astoria, según él mismo lo expresa: “después de que llegué a casa de los Juegos Olímpicos de 1936 con mis cuatro medallas, se hizo cada vez más evidente que todo el mundo me iba a dar una palmada en la espalda, deseaban darme la mano, o invitarme a su suite. Pero nadie me iba a ofrecer un puesto de trabajo”.
Años más tarde Estados Unidos lo reconoció otorgándole infinidad de medallas y reconocimientos.
Derrotar al instinto
En sus conferencias Owens solía decir: “hay algo que le puede ocurrir a cualquier atleta, a todo ser humano; y es el instinto de “aflojar”, -de ceder ante el dolor, de dar “menos” que lo mejor de uno… El instinto de esperar ganar por medio de la suerte o ganar porque tu oponente no da lo mejor de s- en vez de “alcanzar y superar tu límite”, pues es ahí donde siempre se encuentra la victoria. “Acabar con esos instintos negativos que afloran para derrotarnos es la diferencia entre ganar y perder”, “y enfrentamos esa batalla todos los días de nuestra vida”.
Indudablemente, Jesse Owens venció sus instintos negativos esforzándose hasta llegar a convertirse en testimonio de superación personal para la juventud.
Su biografía constata que tener sueños no es suficiente, más bien para que éstos se vuelvan realidad “se necesita una gran determinación, dedicación, autodisciplina y esfuerzo a toda prueba”.
La vida de Owens nos acerca a esas intolerables injusticias y discriminaciones que nos hacen inhumanos, violentos y cobardes, realidades que, en definitiva, no debemos permitir que continúen sucediendo.
Más que ayer…
El encuentro de Owens con Lutz es un hecho histórico trascendental, no solo por la victoria del norteamericano, sino por la humanidad que el alemán demostró ante el triunfo de su adversario; sin duda, en aquellos momentos aciagos Lutz sabía que su actitud le iba a traer tragedias y problemas descomunales, sobre todo por haber desafiado al mismísimo Hitler, lo cual realmente sucedió.
Ese abrazo es uno de los grandiosos testimonios de fraternidad, en donde la esperanza triunfa sobre el pesimismo, donde el bien aniquila al mal, donde se demuestra que la congruencia e integridad son posibles, donde la generosidad vence a la indiferencia, donde el encuentro arrolla al desencuentro; en fin, donde la luz desvanece la oscuridad.
“Si lo que hiciste ayer todavía hoy te parece grande, entonces no has hecho suficiente hoy”, acertadísima afirmación, y las personas que hacen no necesariamente lo que quieren, sino más bien lo que deben y en el proceso son generosas, entonces todos los días hacen lo suficiente, hacen más que ayer.
Así lo demostraron los legendarios Lutz y Owens, dentro y fuera del anillo olímpico. Indudablemente, esta clase de milagrosos encuentros pueden suceder en nuestra cotidianidad, solo basta que dos personas, a pesar de sus diferencias particulares, se brinden un abrazo fraternal, sabiendo que este signo de humanidad puede sellar para siempre una inigualable y perdurable amistad.